jueves, 3 de diciembre de 2009

Discurso de Hipólito Yrigoyen - 23/09/1919

Discurso de Hipólito Yrigoyen en defensa del petróleo nacional en el Congreso de la Nación

Buenos Aires, 23 de septiembre de 1919. Al Honorable Congreso de la Nación:

“Los problemas de orden legal y económico que la explotación de los yacimientos petrolíferos suscita han merecido preferentemente atención por parte de los gobiernos, habiéndose llegado a concretar en fórmulas legislativas especiales los principios con arreglo a los cuales se ha considerado conveniente encauzar las exploraciones y explotaciones de dichas minas.”
“La ley nº 726 del 26 de agosto de 1875 estableció en su artículo 2º que el redactor de Código de Minería debía tomar como base para la confección de ese trabajo el principio de que las minas son bienes privados de la nación o de las provincias, según el territorio en que se encuentren.”
“El codificador, sin embargo, se apartó totalmente de ese principio y fijó el contrario al reglamento.”
“Esa omisión, si bien sancionada por el Honorable Congreso, resulta en la actualidad dañosa y perjudicial a los interese bien entendidos del país, desde que las conveniencias que tanto de orden fiscal como social se derivan de la utilización múltiple de ese combustible, reclaman la atención del estado.”
“Se reserva, pues, para el estado, en razón de la incorporación de estas minas de petróleo a su dominio privado, el derecho de vigilar toda explotación de esta fuente de riqueza pública, a fin de evitar que el interés particular no la malgaste, que la ignorancia o precipitación la perjudique, o la negligencia o la incapacidad económica la deje improductiva, para lo cual se adoptan en el proyecto disposiciones que fijan y garantizan un mínimo de trabajo y las formas convenientes de realizarlo. Con el mismo concepto se ponen trabas a la posible acción perturbadora de los grandes monopolios.”
“Por la naturaleza misma de los yacimientos, no pudiendo constituir fuentes permanentes de provisión de combustible, desde que su existencia como tal es determinada dentro de un limitado número de años, estando además sujeta a una serie de circunstancias, se impone la intervención y participación del estado y su control en la forma y condiciones en que se manejan esos yacimientos para asegurar su racional explotación e impedir se apresure su agotamiento, y regular la producción y provisión de combustible, de acuerdo con las necesidades del consumo.”
“El estado como encarnación permanente de la colectividad tiene el derecho de obtener un beneficio directo sobre el descubrimiento de estas riquezas. A eso responde la participación que se reserva el estado en el producido neto y bruto de las explotaciones, en forma sin embargo que no reste estímulo al interés privado; tanto más cuanto la mayor parte de dicha participación se destina a servicios públicos, necesidades de la armada, de los transportes ferroviarios, marítimos y fluviales, etc., que resultarán en beneficio inmediato para los mismos y otra buena parte para fomentar el desarrollo de esta misma industria minera.”
“Para no incurrir en los errores que en otros países se han cometido al iniciarse las explotaciones, y a fin de aprovechar lo que en ellos se ha experimentado y para dictar una legislación lo más perfecta posible y adaptable a nuestro país ha sido menester estudiar con toda detención la solución de este importante problema, a fin de no sancionar leyes incompletas o defectuosas cuyo perfeccionamiento, derogación o aplicación traería trastornos o consecuencias perjudiciales para la economía nacional.”
“Era, además, indispensable tener una noción, aunque sólo fuera aproximada, de la importancia del yacimiento petrolífero, estudiar su forma más conveniente de explotación para su ubicación y arbitrar los recursos pecuniarios para llevar a cabo una explotación de cierta importancia.”
“La situación mundial del mercado monetario, del comercio y de las industrias extranjeras, a las que habíamos podido recurrir en los tiempos normales para desarrollar esta industria minera, no ha permitido intensificar la explotación petrolífera; pero cuando V. Honorabilidad, se imponga de los resultados obtenidos y del desenvolvimiento de las explotaciones petrolíferas particulares, se convencerá que difícilmente se hubiera podido hacer más durante la guerra mundial.”
“Después de haber estudiado las leyes que rigen las explotaciones petrolíferas en Estados Unidos, Rusia y Rumania, el Poder Ejecutivo ha llegado a la conclusión de que las que se han dictado en este último país, son las que más conviene adoptar para el nuestro, con algunas modificaciones.”
“En los tres capítulos de la ley que el Poder Ejecutivo somete a la consideración de Vuestra Honorabilidad se ha condensado cuál debe ser el régimen legal, técnico, económico y financiero de las explotaciones de las minas de petróleo, sin desconocer los derechos adquiridos bajo el imperio de las disposiciones del Código de Minería y dando lugar a que la iniciativa privada pueda contribuir al desarrollo de las explotaciones de esta riqueza natural, dentro de los límites prudentes y bajo ciertas condiciones.”
“De acuerdo con las previsiones adoptadas por otras naciones, se prevé la formación de reservas fiscales dentro de las regiones petrolíferas, cuyos resultados beneficiosos pueden descontarse ya, pues así el estado en el presente y en el futuro tendrá siempre en sus manos la producción directa de este valioso combustible y un medio eficaz para contrarrestar posibles perturbaciones de las compañías e intereses particulares.”
“Figura igualmente entre los conceptos que han inspirado el proyecto de ley a la par del fomento de las explotaciones particulares del petróleo, el propósito de fomentar las explotaciones de ese combustible, en aquellas zonas en que aún no ha sido descubierto.”
“El plazo acordado, muchísimo inferior que el que fija en general el Código de Minería, es uno de los medios de estímulo que comprende la presente ley.”
“Tales son, detalles aparate, los lineamientos generales de la iniciativa para la cual el Poder Ejecutivo se empeña en solicitar el estudio y empeño de Vuestra Honorabilidad.”
Hipólito Yrigoyen
Fuente: CLAPS, Manuel A, Yrigoyen, Buenos Aires, Biblioteca de Marcha, Colección los Nuestros, Montevideo, 1971

Fuente: http://www.elhistoriador.com.ar/

viernes, 6 de noviembre de 2009

DISCURSO DE LEANDRO ALEM 12/08/1890

Conciudadanos:

Me creo relevado de analizar la justicia y la legitimidad de la revolución como recurso superior de las sociedades, cuando atraviesan por la situación a que habían llevado a la nuestra sus malos mandatarios.
Al ser colocado al frente de este movimiento de reacción, con la visión clara de mi responsabilidad y mi deber, comprendí que la hora de realizar ese recurso supremo había llegado, para despejar las sombras, que de día en día y en acción vertiginosa se extendían sobre el horizonte límpido y hermoso de la patria!
La revolución, señores, era inevitable desde que todos los resortes constitucionales, todos los medios de reparación, que constituyen los derechos y las libertades del pueblo, habían sido aniquilados y desconocidos por sus gobernantes.
Habiendo consultado a toda la república en sus hombres más puros y pensadores, al mismo tiempo que al ejército y a la armada en sus miembros más distinguidos y caracterizados, adquirí el convencimiento de que la convicción serena de su frente era la expresión, la reclamación del sentimiento argentino cuya sanción y confirmación es notoria en todas sus manifestaciones.
Desde entonces, señores, me consagré por completo a la realización de este mandato, que en eco vibrante ha llegado de momento en momento de todos los ámbitos de la república y con toda modestia, pero en cumplimiento de mi deber, presento a la consideración pública - para que forme juicio sobre si he sabido interpretar y estar a la altura de tan importante misión - los amplios y honorables elementos que organicé en prosecución de esta reclamación de la patria, con todo el tino y prudencia que la situación requería en medio del más vivo espionaje y seguido en todos los momentos.
Y si la revolución, señores, no tuvo éxito en el combate, por circunstancias complejas, debo también confesar ingenuamente, que mucho influyó su propia exagerada gentileza, y me es simpático confundirme en esa responsabilidad.
La revolución debió estallar en casi la totalidad de la república; pero halagado por la idea de que triunfara sin la más mínima efusión de sangre, si fuera posible, habíamos preferido que solo aquí tuviera lugar, creyendo que la situación que alcanzara determinaría la suerte de toda la república.
Yo, señores, me congratulo íntimamente de haber contribuido a que el pueblo argentino se halla levantado unísono con la energía y vitalidad de su carácter a protestar, como corresponde, de sus oprobiosos mandatarios, quedando de hoy en más de pie, firme y sereno con la conciencia de su deber, porque a mi juicio, es este el verdadero y fundamental triunfo de la revolución!
Sí, señores; lo único que nubla mi espíritu es el recuerdo de los que han caído víctimas de tan sagrado deber y para los que pido la gratitud argentina, aunque comprendiendo que algún sacrificio era indispensable para reparar tan deplorable situación.
La revolución iba a estallar otra vez, iniciándose en seguida, mucho más grandiosa que lo que acababa de ser; pero la resolución del Presidente la ha desarmado legítimamente, desde que ella no tenía otro objeto que apartar las obstrucciones que se le hacían al pueblo en el ejercicio de todos sus derechos, y es necesario no olvidar que la parte principal de la acción le corresponde al pueblo; como es necesario no olvidar tampoco, que los hombres de bien deben unirse; que la opinión pública debe vigorizarse por la cohesión para hacer prevalecer la voluntad nacional en las emergencias futuras de la vida política, ya que la obra emprendida por la Unión Cívica debe ser continuada con la misma actividad y energía del presente, porque el rayo de luz espiritual que el Creador ha impreso sobre nuestra frente como Nación, nos impone sagrados y altos deberes en el concierto humano, siendo ésta nuestra tradición gloriosa; y si nuestros padres han concurrido con sus esfuerzos a la conquista del derecho y de la libertad en una gran parte del continente Sudamericano, nosotros tenemos el deber de enseñar y difundir ese derecho, conservando siempre celosos el sentimiento de esa libertad en todas sus manifestaciones, perfeccionándonos de día en día, constituyendo una moral propia en todas las esferas de la vida, que sirva de enseñanza y de fuente inspiradora para todos los pueblos, porque nuestra vida política debe ser un certamen de honor y de competencia, y cuando nos hayamos organizado bajo estos severos preceptos morales, y hayamos tomado el puesto que nos está señalado en la marcha del mundo, recién entonces podremos experimentar la dulce y retempladora melancolía que produce la conciencia del deber cumplido en su más alto concepto!
He dicho.


LEANDRO N. ALEM
12 de Agosto de 1890

martes, 6 de octubre de 2009

Discurso de Ricardo Balbin 10/04/1975 - Posadas (Misiones)

Discurso de Balbín del 10 de abril de 1975

ELECCIONES EN MISIONES (1975)
Acto público en la esquina de Corrientes y Mitre, Posadas



"La presencia en el acto de hombres y mujeres sin temores, de mujeres con sus hijos en brazos, están notificando al país que es preferible afianzar la libertad en el derecho de la democracia, que mandar ejércitos a luchar contra las guerrillas. La guerrilla no estará en la medida que los pueblos se pronuncien de esta manera. Se aventará el terrorismo y se pacificarán las mentes para comprender definitivamente, que en el camino de la democracia real, con un profundo sentido social, la paz reina y la justicia es el símbolo para todos.
Pienso que la participación de todos y cada uno, está fortaleciendo el edificio institucional del país. Alguno ganará, pero todos han servido. Este fue el lenguaje que nosotros iniciamos en el país antes de los procesos electorales. Dijimos una verdad que estamos cumpliendo y ha tenido sus consecuencias. Terminado el comicio alguien gana y alguien pierde, pero todos debemos ayudar porque el pueblo ya se ha pronunciado.
Toda la Nación está en queja. Todo el país se siente no consultado. No se ha acertado en la conducción. Debe rectificarse la conducción. Se dijo de todas las maneras, se explicó en todos los lugares. Podría decirse que la palabra interesada de un senador de un partido político o de un diputado, se pudo decir que era un documento de un parlido político, pero faltaba esto, esta presencia y esta noche para comprender que salen de abajo para arriba reclamos vigorosos de rectificaciones que necesita el país con urgencia, con decisiva urgencia. Porque de continuar de esta manera podemos llegar a situaciones irreparables y hay que evitarlas en nombre del país. Este no es el compromiso de una expresión política que estaba asomando, deberes nacionales obligan al conjunto a repensar cómo deben ser las ubicaciones y en qué medida se pueden obtener las rectificaciones. En nombre de esa lealtad yo les digo que estamos pasando momentos difíciles que se pueden transformar en consecuencias desgraciadas. No soy el augur de cosas que destrozan o angustian, pongo la verdad: aquí hay una queja profunda que está extendida en todo el país. ¿Cuál es el destino de la queja? O la consideramos a tiempo, rectificamos los rumbos, aliviamos circunstancias o la dejamos correr para que cada vez se vaya agudizando más la angustia, la desesperación y el desengaño.
Yo quisiera pasearlos de la mano por el país, a cada uno de los hombres jóvenes, viejos o maduros. Tomarlos de la mano y hacerles caminar por la dimensión de la Argentina. Acá se fueron enumerando los problemas de todas las regiones pero yo les puedo decir a ustedes, porque yo he visto en Santa Cruz que ya le están perdiendo fe a su tierra, porque ven que no es la naturaleza quien los derrota, sino el hombre que los aplasta.
Yo los llevaría al valle del río Negro donde un hombre me dijo a mí, a un hombre que era su amigo: 'no me digas que saque la fruta, no me digas que salve las instituciones, porque si yo arranco la fruta me fundo, y fue mi trabajo'. El ánimo de esa gente es el que tiene que considerar la Señora Presidente de la República.
Debe dejar de estar en los lugares cerrados, donde llegan los que se aprovechan, para que pase lo que dice nuestro candidato, la voz del pueblo y el pensamiento del pueblo y sobre todo, la sonrisa del pueblo. Entonces habría de comprender cuál es la magnitud de su responsabilidad.
Yo he lamentado mucho que mandara los colchones y las frazadas, que vinieran pensiones multiplicadas, que dineros que no sabemos de dónde salen se han repartido aquí -lo lamento por ella- que debe saber que es la Presidente del país y no la compradora de conciencias en Misiones.
Señores adversarios: los hijos de nosotros son también vuestros hijos. Cada uno de nosotros tiene ya la vida realizada, estamos más cerca de la nada que de la vida. ¿ Por qué no manejan esta responsabilidad? Porque el joven radical que se queja, es igual al joven peronista que se queja en silencio. y puede transformarse en un amargado, ayúdenlo, ayúdenlo. Levanten los potenciales de la fuerza moral de su provincia, que va a servir al país, va a ser necesario al país.
Si ganan los otros, será una victoria limpia, pero sería un peligro. Se emborracharían de poder los de allá. y entonces las cosas andarían peor en el país. Pueden desmejorarse definitivamente.
Queremos las instituciones y su permanencia. Estamos en contra de todos los golpes y de los golpeadores. Estamos hartos de dictadores y dictaduras. Queremos fortalecer el país, que vote el pueblo en 1977, todo el pueblo. Si aciertan ganarán, si pierden ganarán otros, pero marchará la República por el camino de la democracia, de la libertad y del derecho.
Este proceso electoral misionero es mucho más importante de lo que cada uno piensa. Porque a la provincia la está mirando el país, y el país quiere saber si puede recobrar la fuerza de la fe, la fortaleza de la democracia.
Jóvenes: cuando los países y sus pueblos bajan la guardia están esclavizadas las Repúblicas. Cuando se pierde la fe en sí mismo, cuando no se consideran las expresiones dadas por un pueblo, se bajan las guardias en su mayoría. Yentonces vienen las minorías torpes, los aventureros sucios que se apoderan de las escenas. Solamente ustedes jóvenes, pueden evitar todo esto. Pueden desde aquí con vuestra decisión levantar la fe del país de nuevo. Algunos dicen que si ganan los radicales en Misiones, será una isla. y yo les digo a ustedes que si gana el pueblo con los radicales, será un símbolo y no una isla.
Nos comprometemos a pasear vuestra victoria por todo el país. No les vamos a decir ganaron los radicales, les vamos a decir con lealtad, ganó el pueblo total de Misiones, la lucha de la reivindicación nacional."

RICARDO BALBÍN

fuente: Carlos Giacobone, "Ricardo Balbín. Discursos

miércoles, 19 de agosto de 2009

Discurso de Leandro Alem 13/04/1890

DISCURSO EN EL MITIN DE LA UNION CIVICA, REALIZADO EL 13 DE ABRIL DE 1890, EN EL FRONTON BUENOS AIRES.

Señores:
Se me ha nombrado presidente de la Unión Cívica, y podéis estar seguros que no he de omitir ni fatigas, ni esfuerzos, ni sacrificios, ni responsabilidades de ningún género para responder a la patriótica misión que se me ha confiado.

La misma emoción que me embarga ante el espectáculo consolador para el patriotismo de esta imponente asamblea, no me va a permitir, como deseaba y como debía hacerlo, pronunciar un discurso. Así, pues, apenas voy a decir unas pocas palabras, pero palabras que son votos íntimos, profundos, salidos, señores, de un corazón entusiasta, y dictadas por una conciencia sana, libre y serena.

Una vibración profunda conmueve todas mis fibras patrióticas al contemplar la resurrección del espíritu cívico en la heroica ciudad de Buenos Aires.

Sí, señores; una felicitación al pueblo de las nobles tradiciones, que ha cumplido en hora tan infausta sus sagrados deberes. No es solamente el ejercicio de un derecho, no es solamente el cumplimiento de un deber cívico; es algo más, es la imperiosa exigencia de nuestra dignidad ultrajada, de nuestra personalidad abatida; es algo más todavía, señores: es el grito de ultratumba, es; la voz alzada de nuestros beneméritos mayores que nos piden cuenta del sagrado testamento cuyo cumplimiento nos encomendaron.!

La vida política de un pueblo marca la condición en que se encuentra; marca su nivel moral, marca el temple y la energía de su carácter. El pueblo donde no hay vida política, es un pueblo corrompido y en decadencia, o es víctima de una brutal opresión. La vida política forma esas grandes agrupaciones, que llámeseles como ésta, populares, o llámeseles partidos políticos, son las que desenvuelven la personalidad del ciudadano, le dan conciencia de su derecho y el sentimiento de la solidaridad en los destinos comunes. Los grandes pueblos, Inglaterra, los Estados Unidos, Francia, son grandes por estas luchas activas, por este roce de opiniones, por este disentimiento perpetuo, que es la ley de la democracia. Son esas luchas, esas nobles rivalidades de los partidos, las que engendran las buenas instituciones, las depuran en la discusión, las mejoran con reformas saludables y las vigorizan con entusiasmos generosos que nacen al calor de las fuerzas viriles de un pueblo.
Pero la vida política no puede hacerse sino donde hay libertad y donde impera una constitución. ¿ y podemos comparar nuestra situación desgraciada, con la de los pueblos que acabo de citar; situación gravísima no sólo por los males internos, sino por aquellos que pudieran afectar el honor nacional cuya fibra se debilita. Yo preguntaría: ¿en una emergencia delicada qué podría hacer un pueblo enervado, abatido, sin el dominio de sus destinos y entregado a gobernantes tan pequeños y cuando el ciudadano participa de las impresiones de la vida política se identifica con la patria, la ama profundamente, se glorifica con su gloria, llora con sus desastres y se siente obligado a defenderla porque en ella cifra las más nobles aspiraciones. ¿Pero se entiende entre nosotros así, desde algún tiempo a esta parte?

Ya habéis visto los duros epítetos que los órganos del gobierno han arrojado sobre esta manifestación. Se ríen de los derechos políticos, de las elevadas doctrinas, de los grandes ideales, befan a los líricos, a los retardatarios que vienen con sus disidencias de opinión a entorpecer el progreso del país. ¡Bárbaros! Como si en los rayos de la luz ..como si en los rayos de la luz, decía, pudieran venir envueltas la esterilidad y la muerte!

Y qué política es la que hacen ellos!! El gobierno no hace otra cosa que echar la culpa a la oposición de lo malo que sucede en el país, y qué hacen estos sabios economistas!. Muy sabios en la economía privada, para enriquecerse ellos; en cuanto a las finanzas públicas, ya véis la desastrosa situación a que nos han traído.

Es inútil, como decía en otra ocasión: no nos salvaremos con proyectos, ni con cambios de ministros; y expresándose en una frase vulgar: 'Esto no tiene vuelta'.

No hay, no puede haber buenas finanzas, donde no hay buena política. Buena política quiere decir, respeto a los derechos; buena política quiere decir, aplicación recta y correcta de las rentas públicas; buena política quiere decir, protección a las industrias útiles y no especulación aventurera para que ganen los parásitos del poder; buena política quiere decir, exclusión de favoritos y de emisiones clandestinas!

Pero para hacer esta buena política se necesita grandes móviles, se necesita fe, honradez, nobles ideales; se necesita, en una palabra, patriotismo... Pero con patriotismo se puede salir con la frente altiva, con la estimación de los conciudadanos, con la conciencia pura, limpia y tranquila, pero también con los bolsillos livianos, y con patriotismo no se puede tener troncos rusos a pares, palcos en todos los teatros y frontones, no se puede andar en continuos festines y banquetes, no se puede regalar diademas de brillantes a las damas, en cuyos enos fementidos gastan la vida y las fuerzas que deberían utilizar en bien de la patria o de la propia familia!. Señores: Voy a concluir, porque me siento agitado. Esta asamblea es una verdadera resurrección del espíritu público. Tenemos que afrontar la lucha con fe, con decisión. Era una vergüenza, un oprobio lo que pasaba entre nosotros; todas nuestras glorias estaban eclipsadas; nuestras nobles tradiciones, olvidadas; nuestro culto, bastardeado; nuestro templo empezaba a desplomarse, y, señores, ya parecía que íbamos resignados a inclinar la cerviz al yugo infame y ruinoso; apenas si algunos nos sonrojábamos de tanto oprobio. Hoy, ya todo cambia; este es un augurio de que vamos a reconquistar nuestras libertades, y vamos a ser dignos hijos de los que fundaron las Provincias Unidas del Río de la Plata!

LEANDRO N. ALEM

jueves, 16 de julio de 2009

Profesión de Fe Doctrinaria

"La profesión de fe doctrinaria es el credo político centenario del radicalismo, expresando su contenido filosófico que le otorga permanencia como requisitoria transformadora, nutre los imperativos éticos, los grandes principios que inspiran su ideología, orientan su conducta ciudadana y guían su accionar político. Las Bases de Acción Política señalan las grandes direcciones de la Acción Política de la Unión Cívica Radical".

El Radicalismo es la corriente histórica de la mancipación del pueblo argentino, de la autentica realización de su vida plena en el cultivos de los bienes morales y en la profesión de los grandes ideales surgidos de su entraña. Hunde sus raíces políticas en lo histórico de la nacionalidad y constituye una requisitoria contra toda filosofía material de la vida humana y del destino de la Nación en el mundo.

Así el Radicalismo se identifica con las más nobles aspiraciones de los pueblos hermanos y lo argentino se articula y adquiere sentido esencial en la lucha emancipadora sudamericana y en el anhelo universal por la libertad del hombre.

Desde el fondo de nuestra historia, trae el Radicalismo su filiación, que es la del pueblo en su larga lucha para conquistar su personería. En la tradicional contienda que nutre la historia argentina, el Radicalismo es la corriente orgánica y social de lo popular, del federalismo y de la libertad, apegada al suelo e intérprete de nuestra autenticidad emocional y humana, reivindicatoria de las bases morales de la nacionalidad; es el pueblo mismo en su gesta para constituirse como Nación dueña de su patrimonio y de su espíritu.

Por lo tanto, la Unión Cívica Radical no es un simple partido, no es una parcialidad que lucha en su beneficio, ni una composición de lugar para tomar asiento en los gobiernos, sino el mandato patriótico de nuestra nativa solidaridad nacional y la intransigencia con que debe ser cumplido el sentimiento Radical indeclinable de la dignidad cívica argentina.
Esa es la razón por la que el Radicalismo es una concepción de la vida, de la vida toda del pueblo, y la Revolución Radical al plantearse partiendo del hombre y de su libertad, hace de la política una creación ética, invisible en lo nacional e internacional, que abarca todos los aspectos que al hombre se refieren, desde el religioso hasta el económico. Por eso el radicalismo no se divide según las parcialidades de clases, de razas ni de oficios, sino que atiende al hombre como hombre, con dignidad, como ser sagrado. Por eso para el Radicalismo los fines son inalterables: los de la libertad y los de la democracia para la integración del hombre, así como pueden ser variables los medios porque son instrumentos, y variables son las condiciones sociales de la realización nacional.

En el proceso transformador que vive el mundo, transfórmase también el Estado, pero el Radicalismo, centrado en su preocupación por el hombre, no puede invertir los fines del Estado, cuyo intervencionismo sólo puede referirse a la administración de las cosas y a los derechos patrimoniales, y no a los derechos del espíritu, morada de la libertad humana.

El mundo entero sufre de un mal profundo proveniente de no adecuar las posibilidades materiales a fines de emancipación del hombre. El Radicalismo cree que sólo una cruzada de honda pulsación humana por la liberación del hombre contra todas las formas degradantes del imperialismo y del absolutismo en todos sus aspectos, podrá salvar al hombre en su grave crisis; así como renueva su fe en el destino de los pueblos de nuestra grande hermandad continental, unidos en su libre soberanía, y luchando por conquistar, junto con los instrumentos de la liberación política, el sistema de garantías sociales, contra todos los privilegios económicos que ahogan la libertad y niegan la justicia.

domingo, 5 de julio de 2009

Discurso de Moises Lebensohn en el VI Congreso de la Juventud Radical de la provincia de Buenos Aires (30/11/1946)

El Radicalismo ante una definición vital

Hace cuatro años el Congreso de Chivilcoy señaló la crisis profunda de la política argentina, “cuyos conjuntos militantes no definían, desde hace mucho, la orientación ética ni el pensamiento político de las corrientes populares que debieron representar”. Estudió el proceso de formación de sus comandos políticos en razón de “capitales electorales”, con exclusión de causales cívicas, y demostró cómo esa desvirtuación del sentido democrático conducía inexorablemente al partido a la ineptitud para la lucha por ideales, a la restricción de sus objetivos al campo puramente político y formal, al quietismo frente al privilegio económico y social y al abandono del impulso emocional que le asignaba la tarea forjadora de la nacionalidad; es decir, a la cancelación de la función histórica.

La República vivía ya en trance pre revolucionario. El país real y el país político eran dos mundos ajenos entre sí. Las esperanzas populares no encontraron cauce en los canales partidarios. Las últimas promociones juveniles se mantenían alejadas de las fuerzas políticas.

La “máquina política”, la superestructura de los partidos, actuaba con fines propios. Sus intereses no coincidían con los intereses ideales que debía servir. Y sin partidos que reflejen las corrientes profundas de la ciudadanía, el juego institucional se convierte en juego de ficciones. En 1942, el pueblo de Buenos Aires no intentó votar. No fue necesario el fraude. Bastó el espectáculo parlamentario; su repulsa ante las maniobras de enfeudamiento económico; la distancia entre las aspiraciones públicas y los procedimientos prevalecientes; los cuadros cerrados; el apartamiento del pueblo de las deliberaciones y decisiones internas; el antagonismo entre el clima histórico de la época, que penetraba en las conciencias argentinas, y los móviles inferiores de las planas dirigentes.

Mientras tanto, la “vieja política” dominante en el partido actuaba tras un esquema muy simple. La ciudadanía debía optar: o gobiernos del fraude o del Radicalismo. Alguna vez, por mediación de vaya a saber qué factores providenciales, el régimen gobernante, consentiría en ceder graciosamente el ejercicio del poder, retornando a la legalidad. Y en ese momento, las posiciones internas habrían de traducirse en jerarquías públicas. Lo importante era conservarlas a todo costo, y eludir cualquier acción divergente de esta línea central o que pudiere debilitar la base heterogénea en que se sustentaba cada “situación política”. De ahí la ausencia del planteamiento de los problemas sustanciales de nuestra tierra y la esterilidad de la Cámara de Diputados, que tuvo durante tantos años mayoría opositora y el deber moral de sancionar una legislación valiente, de reforma a fondo de las condiciones de vida del país, para promover el enfrentamiento revolucionario del pueblo con el Senado y los Ejecutivos del fraude. La realidad fue otra bien distinta y amarga, y a medida que fue alcanzando al pueblo fue generando el escepticismo y la desazón.

El grito de Chivilcoy pretendió sacudir a la adormecida conciencia de responsabilidad de los titulares del aparato partidario. Reclamó el establecimiento de una interrelación fluida, constante entre los cuerpos directivos y las capas populares, y la promoción de una lucha ardiente por la reestructuración del país sobre nuevas bases de auténtica justicia. Con voto directo, representación de las minorías y régimen de incompatibilidades, el espíritu de insurgencia habría dado al Radicalismo un nuevo acento, y el estado de revolución –que ya existía en el país- hubiera encontrado su cauce en el partido. Nuestra voz fue una voz más, clamante, en el desierto.

Los cuadros de la vieja política se hallaban en tránsito hacia la disolución. Una nueva postergación de la perspectiva burocrática –el vínculo primordial de sus adherentes- hubiera sido fatal al sistema. Su falta de fe en la capacidad de acción del pueblo, el temor a la disgregación de su respaldo político y la situación internacional, les insinuaron caminos de extravíos.

Comenzó a tejerse sutilmente la coincidencia en torno a la candidatura presidencial del gran corruptor de la civilización política argentina; del militar que organizó el régimen de la mentira institucional y habría de aparecer como el rehabilitador del sufragio libre. Tenía fuertes puntos de apoyo en las facciones gobernantes. Se hallaba definido abiertamente a favor de las Naciones Unidas. Contaba con la colaboración exterior y su influencia interna. Era bienquisto entre las fuerzas del privilegio nacional e internacional, que florecieron durante su período. Disponía de ubicaciones estratégicas en la administración; el ministro de Guerra era su amigo y en el Ejército le sostenía el entrelazamiento de afectos e intereses anudado en el curso de su vida castrense.

A la luz de la experiencia actual es indudable que, de no haberlo interferido la muerte, el plan hubiera logrado el éxito con la participación final de gran parte de los núcleos dirigentes de nuestro partido. Trastabilló un tanto cuando el ministro de la Guerra, amigo del ex presidente, fue sustituido por otro general, que en el pensamiento del doctor Castillo habría de realizar un adecuado reajuste de los comandos, y concluyó abruptamente cuando una mañana el país se enteró de la muerte repentina del general Justo.

La tónica radical quedó tan resentida después de este proceso penoso, que la Convención Provincial de Buenos Aires llegó a votar una declaración a favor de una fórmula presidencial extrapartidaria, vale decir, de ciudadanos cuya despreocupación por la suerte de la República les mantuvo alejados de la militancia cívica. Castigábase así la firme lealtad radical del doctor Pueyrredón, candidato virtual a la Presidencia. Esto ocurría hace sólo cuatro años, en el Radicalismo de Buenos Aires, en el Radicalismo de Hipólito Yrigoyen.

Reunióse la Convención Nacional; votó la Unión Democrática; fracasó la tentativa de fórmula extrapartidaria; un delegado de Buenos Aires propuso la adopción de métodos democráticos –voto directo y representación de las minorías- al cuerpo que acababa de votar el acuerdo de partidos para salvar la democracia: la Comisión de Carta Orgánica, por sugestiones de esta provincia, se negó a formular despacho; se suscitó un conflicto en la Comisión ínter partidaria, y de pronto se produjo una prolongada “impasse”. A su término el país supo que altas figuras del Radicalismo habían mantenido entrevistas vinculadas a la candidatura presidencial con el ministro de Guerra del doctor Castillo, el general escogido para montar la máquina favorable a la política “de la unanimidad de uno” y que en el ejercicio de la cartera resultó montando otra máquina… Pidió el general Ramírez setenta y dos horas para consultar a sus camaradas; se enteró el presidente; destituyó al ministro y las tropas de Campo de Mayo avanzaron sobre la Casa Rosada. Sonaron las sirenas de los diarios; los comités dispararon bombas de estruendo, convocando a celebrar la caída del fraude. El pueblo pasó frente a los comités y se detuvo ante los diarios; era ya un pueblo que no se sentía ligado al partido.

Dejemos de lado la pugna entre las camarillas internas militares, su contienda aviesa y despiadada por el poder, su desprecio por los derechos de la dignidad humana, su convicción del triunfo de las armas agresoras y el oportunismo amoral que inspiraba su determinación de mantener la dirección del Estado hasta la definición de la guerra: todo cuanto la dictadura vejó y humilló a la República. Ocúpenos el pueblo y el Radicalismo.

La caída del régimen del fraude marcó el afloramiento de las grandes aspiraciones, de los grandes anhelos que trabajaban silenciosamente el espíritu de los argentinos. El país ansiaba una vida nueva; la dignificación de sus costumbres políticas; la eliminación de los vicios y fallas que habían subalternizado la existencia pública. El desprecio envolvía al pasado. Un nuevo sentido moral y un “elan” nacional surgían de la ciudadanía. Se hallaba apartada de los organismos del partido; pero se sentía vinculada a la tradición histórica del Radicalismo. Era el momento de las ideas creadoras, de las rectificaciones fecundas, de la sintonización de los reclamos nacionales. Y fue, desgraciadamente, un momento que ahondó la escisión entre el pueblo y la máquina del partido. Divorciada de la realidad, permaneció insensible a la gran emoción de la hora. No pudo ser de otro modo. En sus métodos, educación y fines pertenecía a un tiempo superado. En sus manos el partido carecía de contenido actual.

Quisimos llevar nuestro sentir al escenario partidario. El 20 de febrero de 1944 la Junta Ejecutiva concretó en un programa las aspiraciones de la juventud. Reforma política: estatuto de partidos y de la administración pública, que asegure sus neutralidad alejándola del juego de partidos; régimen de represión de la venalización de sufragios. Plan concreto de construcción nacional. No una simple plataforma: un plan, es decir, la exhibición precisa de los arbitrios, recursos y etapas a cubrir escalonadamente en el primer período constitucional, destinado a lograr, con la “intervención, la deliberación y decisión del pueblo”, las finalidades esenciales de la transformación revolucionaria de nuestra sociedad: reforma agraria, inmediata y profunda; reforma educacional, que abra efectivas e iguales oportunidades a todos los argentinos; régimen de organización y seguridad social; política de recuperación económica, con el monopolio del Estado, ejercido por sí o delegado en su caso a cooperativas de consumidores o productores, de servicios públicos, combustible, energía, seguros, movilización y centralización de los sectores esenciales de la producción; reforma financiera; política económica, etc. Y para ser órgano de acción ciudadana, la reconstrucción del partido, la renovación de valores en sus cuadros directivos y su reestructuración que convierta al hombre del pueblo en actor y no espectador de las decisiones partidarias. Esta tarea –dijimos- demanda el esfuerzo de todos los radicales, sin exclusiones, mas únicamente podrán encauzarla hombres nuevos con nueva mentalidad, sin responsabilidad en los errores del pasado. La agitación apasionada de un plan delineado sobre bases semejantes hubiera proporcionado al partido las grandes consignas de la movilización popular y cohesionado la difusa voluntad de reformas en un movimiento arrollador.

El sistema caudillesco dormitaba confiado en sus efectivos electorales. Había estado veinte años corroyendo el sentido cívico y sumando sufragios en función de afectos, intereses o servicios, de pequeñas conveniencia de personas o grupos. El régimen dictatorial no tuvo más que ensanchar e intensificar el sistema, con todos los resortes del Estado, para recoger los mismos beneficios. La armazón partidaria levantada sobre estos cimientos cívicamente deleznables, reeditó el mito del gigante de los pies de barro. La lucha por los ideales fundamentales constituía una gimnasia para la cual no tenía vocación ni entrenamiento la mayor parte de ese ejército electorero. El destino le deparó una suerte paradojal. La paciente tarea de deformación cívica sólo le valió al adversario.

Y en la hora de la prueba, lo único fértil fue precisamente lo que siempre se descartó: la capacidad de actuar, con prescindencia de los intereses personales, al servicio de principios.

La dictadura utilizó una fraseología revolucionaria, declamó su demagogia anticapitalista y atacó a la clase dirigente, beneficiándose con su merecido desprestigio popular. No era un movimiento revolucionario, sino contrarrevolucionario. Sólo intentaba frenar el impulso de transformación social, que es el signo de la época, con reajustes que mantuvieron inalterables las relaciones de producción capitalista: una amortiguación en el régimen del privilegio tendiente a fortalecerlo y a identificarlo con el Estado. Su propio líder no se recató en confesarlo en su discurso de la Bolsa de Comercio. Nuestra máquina política, aferrada a sus contradicciones de origen, no quiso comprender que estábamos viviendo la dinámica de una revolución –el episodio argentino de la revolución mundial-, de la cual la de Junio era una fase negativa, “la revolución-contra”, que llamara Mac Leish, pero una fase, en fin, del proceso revolucionario. La defensa de sus intereses creados condujo a nuestra máquina política a la defensa conjunta del sistema de intereses creados que en todos los órdenes de la vida argentina, en lo cultural, en lo económico y social, clausura los horizontes de la República. De representar a la “causa” en oposición dialéctica contra el “régimen”, pasó a ser un sector del “régimen”, de la clase dirigente.

En las democracias en lucha, las fuerzas conservadoras pretendieron diferir las reformas económicas y sociales hasta la derrota del nazismo. “Nada debe interponerse hasta eliminar la amenaza contra la civilización”. Pero el canto de sirena no sugestionó a los líderes progresistas que sufrieron la experiencia de la otra conflagración. La guerra debió librarse con un sentido revolucionario, como condición de victoria. Inglaterra, en pleno combate por la existencia nacional, libró combate paralelo contra el privilegio nacional: nacionalización de los yacimientos de carbón, Plan Beveridge, reforma educacional. Aquí la solución fue opuesta. Privó el pensamiento conservador, reincidente en su táctica suicida de blandir grandes palabras y eludir la lucha contra la injusticia económica. Su gran preocupación consistió en atraer a los estancieros conservadores, mientras las peonadas, carne del Radicalismo, siguieron otros caminos. No se trata de errores. A cierta altura de la vida y de la experiencia universal no se cometen tantos errores. Fue una actitud coherente y consciente, que nacía de una identificación de intereses y de criterios.

La dictadura y la dirección opositora complementaron su juego. Encerraron mañosamente al pueblo en un dilema irreal. Justicia social, por una parte; orden constitucional por la otra, cual si fueran términos antitéticos. Una engendró su justicia social en la abominación de la libertad; la otra pospuso para un incierto y brumoso mañana la respuesta a los interrogantes populares.

Se refugió en la legalidad, trinchera del “status quo” económico y social, y debió fracasar porque el “status quo” era indefendible. Así abandonó al continuismo, que las agitó como señuelos, sin sentirlas, las banderas del mundo naciente y las consignas tradicionales del partido: la lucha contra la oligarquía y los imperialismos. En febrero de 1944 –dos años antes-, la Juventud Radical exponía: “Se intenta un sinuoso planteo: o la vieja política o fascismo pseudos-nacionalista. Afirmamos la falsedad del dilema, que sólo nos conducirá a una encrucijada dramática.” La previsión se cumplió, infortunadamente, y el 24 de febrero el hombre de la calle, absorto y confuso, debió escoger su futuro en el centro de esa encrucijada.

Dentro del cuadro post-eleccionario alienta un factor confortante. La mayoría de los ciudadanos que entregó sufragios al continuismo tiene nuestros mismos ideales. Se nutre de nuestros mismos ideales. Se nutre de nuestras mismas aspiraciones nacionales.

No podía conocer la magnitud del proceso de revitalización del Radicalismo que está recuperando al partido. Fracasaron las tácticas, los comandos, el sistema: no los ideales.

Pronto comprenderá que corrió tras un espejismo. Quería una revolución democrática, nacional, de trabajadores. Le ensordeció el redoble de las consignas históricas de liberación económica y social. Pero la realidad le está demostrando cómo respaldan al gobierno todas las fuerzas reaccionarias; cómo, con las elecciones, concluyó el pregón de reforma agraria; cómo se arrojó el disfraz antiimperialista, en la negociación telefónica y en el pacto Miranda-Eady; el sistema ferroviario permanece bajo el control extranjero, la nacionalización de los servicios públicos, antes declamada, se reduce a la trivialidad de “una moda” y los feudos del capital internacional restan intocables. El régimen gobernante descubre su verdadera índole. A la oligarquía terrateniente sustituyó otra, financiero-industrial. El planeamiento propuesto tiende, ante todo, a intensificar su desarrollo e influencia. Sus hombres de empresa ejercen poderes de dictadura económica, apuntalan sus privilegios y ubican sus beneficios, asociándose al Estado en sociedad mixta. Al gremialismo dirigido sigue una cultura dirigida y constantemente se advierte la confusión totalitaria del Estado y el partido. Asoma el ideal prusiano de potencia.

Mientras el gobierno descubre su juego, el Radicalismo enfrenta una definición vital. Está en marcha la “revolución-contra”, destinada a desarrollar y consolidar nuestra estructura capitalista. El nuevo régimen se afianza, pactando entendimientos con los sectores oligárquicos argentinos y extranjeros y tejiendo su propia red de intereses.

El orden de privilegios superado era estático, conservador, quietista, partidario de la libre iniciativa y la libere concurrencia. El nuevo, dinámico, agresivo, se liga al Estado, usufructúa su respaldo y se expande bajo las seguridades de su protección.

El partido puede combatir la gestión oficial en nombre de la libertad económica, señalar sus despilfarros, sus agresiones institucionales dentro del arsenal de palabras y de ideas de fin de siglo, reduciéndose a un simple movimiento opositor. Y entonces trabajará directamente a favor del tipo de política que acaba de derrotar a la columna, sin jefe, del New Deal. Se convertiría en el partido conservador argentino, en la fuerza política de las derechas, que tanta gravitación ejercieron en su dirección en los últimos años. Se trastocaría en fuerza contrarrevolucionaria, en la equivalencia argentina del partido republicano de los Estados Unidos o del conservadorismo británico, legalista, institucionalista, amigo de la libertad en cuanto ésta coincida con los intereses de los sectores que tienen la realidad del poder. A esa posición tiende naturalmente, por inclinación congénita, el sistema de intereses creados en el partido y fue la que prevaleció en la última década.

Este partido podrá usar su nombre, pero no será la Unión Cívica Radical, tal cual la siente y la entiende el pueblo.

A este género de oposición seudo-democrática fustigó Benes al analizar los factores del triunfo transitorio de las tendencias totalitarias. “No basta –dijo el líder checo- con oponerse al autoritarismo, con predicar la democracia o hablar laudatoriamente de la libertad de los hombres y de las naciones. Debe tenerse una recta concepción de la democracia como teoría y, a la vez, el valor de poner esa teoría en la práctica, recta, justa y valerosamente. De otro modo, todas esas palabras pomposas sobre la democracia no son más que palabras vanas, palabras y nada más que palabras, para encubrir los más vulgares y egoístas intereses de las clases, los partidos e individuos dirigentes.”

Se dirá, con entonación romántica, que el partido no puede apartarse de la trayectoria demarcada por sus fundadores, los partidos no son otra cosa, en cada época, sino lo que quieren sus equipos activos, pueden colocarlos a contramano de la historia o de su origen. Evolucionan o se extinguen. El partido republicano, con Lincoln como fuerza progresista, ocupa ahora el polo reaccionario. Y en nuestro país, agrupaciones tradicionales que fueron instrumento de avance ideológico, terminaron diluyéndose en el conservadorismo. Esta divergencia entre los fines del partido y su sentido popular constituyó el drama reciente del Radicalismo. Como sus cuadros activos no reflejaban el pensamiento del pueblo radical exigimos voto directo y representación de las minorías. El hombre del pueblo hubiera mantenido la línea tradicional y el país no habría sufrido las dolorosas alternativas que derivaron de su desviación.

Puede el partido, en cambio, combatir la gestión oficial, señalando las lesiones que infiere a los intereses eminentemente populares, la falacia de su obrerismo, sus contradicciones íntimas, sus negaciones de las libertades políticas y culturales, mas no como un mero movimiento de oposición, sino como una fuerza constructora de la nacionalidad que tiene su propio camino y sus propios fines, y que actúa con objetivos nítidos, con claro sentido revolucionario, con pasión de pueblo, propendiendo a la transformación fundamental de las instituciones.

¿Fuerza revolucionaria o contrarrevolucionaria? Detrás de todos los eufemismos, ahí reside el problema. Si en lo futuro privara el pensamiento conservador, el pueblo habría de perder definitivamente el órgano fundamental de su expresión política y una nueva perspectiva sombría se levantará en el país. Si se afirma su sentido histórico, los días próximos serán de lucha, pero inevitablemente victoriosos para la causa del pueblo. Plantear el problema en sus verdaderos términos no implica afectar la unidad, como pretenden quienes quieren cubrir con un manto de palabras la realidad radical. Dos fuerzas antitéticas no se suman, se restan. No existe unidad sin unidades de doctrina y de conducta, ni puede combatirse al continuismo de la dictadura sin combatirse al continuismo del sistema que trajo la dictadura.

No hay mejor favor al sistema gobernante que el mantenimiento de las condiciones que debilitaron al partido ni peor daño que la supresión de esas condiciones. El Radicalismo no será una fuerza orgánicamente revolucionaria si no las extirpa de su seno. No es una lucha contra hombres o grupos de hombres. Es una lucha contra un modo de pensar, contra un modo de actuar, contra procedimientos y fines que han intentado desnaturalizar las esencias del Radicalismo, frustrando sus inmensas posibilidades y provocando sufrimientos irreparables al país. Pero es una empresa seria y difícil. La resistencia de los intereses creados es tenaz, sutil y poderosa, adopta mil formas cambiantes, se enlaza con todas las formas de la vida conservadora argentina, es implacable cuando dispone de los resortes del poder –dos generaciones radicales fueron trituradas entre los engranajes de la máquina- y en la hora del contraste que sus contradicciones intrínsecas gestaron, se agazapa en los vericuetos reglamentarios, se viste con la túnica de las grandes palabras y clama en su auxilio por los sentimientos de solidaridad, como si se tratara de un insignificante problema de personas. Levantó como única bandera, la bandera de la legalidad, para no herir los caros intereses del privilegio y acudió al comicio decisivo, después de haber violado, en la mayor parte del país, los principios sustanciales de la legalidad interna. Las normas democráticas de la Carta Orgánica de 1931, a quince años de sanción, no tuvieron plena vigencia, ni tampoco el compromiso contraído ante la historia y ante el país en la resolución de octubre de 1945. Aun no se aplican las bases de la Organización Nacional de la Juventud dictadas en 1939. Siete años después, la ley del partido no rige en el partido.
Es una lucha seria y difícil. Es una lucha que debe comenzar por librarse dentro de cada uno de nosotros, pero es la lucha indispensable para la pervivencia del Radicalismo, el paso previo para dotar al país de la gran fuerza forjadora de su porvenir. La caducidad de los actuales organismos, exigencia perentoria y signo visible de la iniciación de una nueva etapa, sólo abre una posibilidad. Necesitamos un nuevo espíritu, que no es otro sino aquel viejo espíritu que dio nombre al partido, designándolo con la virtud esencial del civismo; nuevos procedimientos que solo exciten en la ciudadanía los sentimientos de responsabilidad nacional; una nueva estructura, que otorgue siempre el poder de decisión, clara y concretamente al hombre del pueblo, en quien creemos y confiamos; y una permanente decisión de lucha contra todos los intereses y todos los privilegios, por la creación de las condiciones del desarrollo nacional y del bienestar social, de la liberación política, económica y cultural de nuestros hombres y mujeres; una democracia humanista y militante en la tierra de los argentinos. Es una gran tarea para un gran partido. Vive en la gesta de sus fundadores; en los sacrificios de millares de combatientes abnegados y anónimos que consagraron sus vidas al servicio de este ensueño de redención nacional; en la esperanza de los seres humildes que pueblan nuestros campos y ciudades. Con fe profunda en su futuro y en la prevalencia final de nuestros ideales, con la voluntad encendida de consumar los duros trabajos de construcción de un país, levantemos al viento la vieja bandera radical y marchemos hacia el porvenir.

martes, 16 de junio de 2009

Discurso de Alem en el Mitin de la Juventud en el Jardin Florida el 19/09/1889

Conciudadanos:
Quiero, ante todo, saludaros con el mayor entusiasmo, y luego, de inmediato, pedir a esta altiva y generosa juventud que me perdone por el juicio que de ella me había formado, pues confieso que no hace muchos meses, y en una carta que dirigía a un antiguo y valeroso compañero de las luchas cívicas y actualmente en Europa, le expresaba la profunda decepción que me inspiraba la actitud de la juventud tratándose de la cosa pública.
Ya no hay jóvenes en la república -le decía; los ideales generosos, las iniciativas patrióticas no cuentan con su apoyo ni con su entusiasmo; los que se titulan jóvenes no lo son sino en la edad, porque cuando se les habla de la patria, de los sacrificios patrióticos o del cumplimiento de los derechos cívicos, reciben esas palabras con un solemne desprecio, considerando que tales asuntos sólo pueden preocupar la mente de los ilusos, de los líricos, cuando no dicen de los tontos; y agregan que en nuestros días la política ha cambiado de giro y que hay que ser más prácticos, adoptando otra política basada en el positivismo y titulándose, los que de tal manera piensan y proceden, hombres prácticos, grandes políticos, sabios y de talento.
Fue señores, en presencia de estos hechos que mi espíritu entrevió los grandes males que surgían del falseamiento de las instituciones, y que yo creía que la juventud miraba indiferente y por eso me expresaba en palabras tan amargas con respecto a la situación política del país.
Pero ahora, y en presencia de este movimiento reaccionario iniciado por la juventud, he comprendido mi error, y al comprenderlo me complazco en exhortar a esta misma juventud valiente y decidida, a continuar con orgullo la senda que señalaron con su sangre y con su ejemplo todos nuestros gloriosos antepasados!
¡Ah! Señores, nada satisface más íntimamente y retempla mejor el espíritu, que recordar con acentuada veneración los esfuerzos desinteresados y patrióticos de aquella juventud, que abandonando la cuna de sus más caras afecciones, cortando algunos el curso de sus carreras universitarias, y despreciando todos sus intereses personales, corría, llena de bríos y de santo patriotismo, a formar en las filas del ejército, que se coronaba de gloria en las batallas libradas por la libertad y el honor nacional!
Yo nunca olvidaré la noble y altiva conducta de la juventud argentina, cuando corrió presurosa hasta los campos sangrientos del Paraguay; y allí, entre los fulgores rojizos del combate exterminador, cada joven luchaba heroicamente y moría con sonrisa plácida, saludando con su última mirada las fajas gloriosas de nuestra bandera!
Y bien, señores; al terminar, os confieso que mi corazón se llena de alegría en presencia de este movimiento varonil, noble y levantado de la juventud, que así demuestra que posee la más grande cualidad del hombre: el carácter.
Conservadlo siempre puro, moral y justiciero; no desfallescais en esta grande obra que iniciais llena de fe y de entusiasmo, y si alguna vez necesitáis la ayuda de un hombre joven de largas barbas, pronunciad mi nombre, y correré presuroso a ocupar mi puesto con el ardor, la fe y la esperanza de los primeros años!




LEANDRO N. ALEM
19 de Septiembre de 1889

sábado, 13 de junio de 2009

Lucha y Conducta: Moisés Lebensohn a 56 años de su muerte

Moisés Lebensohn, nació en Bahía Blanca el 12 de Agosto de 1907, proveniente de familia humilde, se inclinó desde joven al periodismo, en 1931, apenas recibido de abogado, fundó el Diario Democracia en Junín, ciudad que tomó como adoptiva desde muy temprana edad.

Los inicios de su militancia política lo vieron con un breve paso por el socialismo afiliándose poco tiempo después a la Unión Cívica Radical, identificado fuertemente con los principios ideológicos del yrigoyenismo brindó su vida predicando la doctrina, el sacrificio y la conducta de Alem e Yrigoyen.

Sostenedor del yrigoyenismo y partidario de profundizar las conquistas sociales de este, se opuso a los mecanismos fraudulentos de la llamada "década infame" (1930-1943)

Moisés Lebensohn, amante de la democracia y de la lucha por conseguir la igualdad y la libertad, Alimentaba la necesidad de políticas de profunda reforma económica, incluyendo la nacionalización del petróleo y la reforma agraria. Alineado con el sector de raíz más popular del radicalismo, que entonces encabezaba Amadeo Sabattini, junto con otros jóvenes como Ricardo Balbín, Arturo Frondizi, Arturo Illia, Crisólogo Larralde y Alejandro Gómez, conformó el Movimiento de Intransigencia y Renovación (MIR), un grupo opositor a la vieja dirigencia partidaria.

Lebensohn sostenía que el radicalismo de entonces carecía de "ejemplos morales y coraje para hacer reformas vitales de justicia social, que afectan intereses económicos". Junto con los otros dirigentes juveniles del MIR, Lebensohn impulsa un programa transformador que adquiriría forma en el V Congreso de la Juventud Radical en Chivilcoy, en mayo de 1942. Este programa, así como el llamado "programa de Avellaneda" de 1943 y el del Congreso de 1944, serían posteriormente en 1948 incorporados casi totalmente como Bases de Acción Política de la UCR.
En la Declaración de Avellaneda se expresan las necesidades básicas del pueblo argentino especialmente de los obreros.

En los aspectos más destacados la declaración planteó: el derecho a la vida, el seguro nacional obligatorio, la libertad de agremiación y de huelga, la reiteración de la vigencia de la reforma universitaria, la soberanía política y económica del país y la necesidad partidaria de declarar su doctrina y convocar a los hombres que por su conducta puedan servirla.
Fue un gran luchador contra el régimen, ese régimen respaldado por las economías modernas de la vieja Europa, dominado económicamente y que favorecía a la "alteración Nacional" a través de políticas cambiantes en torno a beneficiar a minorías privilegiadas.

Existieron hombres en la política que luchaban contra esa ideología antinacionalista y antiprogresista que planteaba el régimen. Moisés Lebensohn fue uno de ellos. Para la juventud argentina fue considerado "el maestro". Esa juventud que no desempeñaba ningún papel en el partido y que ante sus reclamos no se sentía contenida, fue guiada por un hombre de estudio que nunca abandonó la causa por la que luchaba.


El 13 de junio de 1953 con apenas 45 años, pronunciaba sus últimas palabras "No debo morir", y moría.

Nosotros jóvenes de una Argentina muy golpeada y con heridas que aún no cierran, tenemos el compromiso y la responsabilidad de seguir el camino que nos dejó y marcó Moises Lebensohn.

Debemos servirnos de la posibilidad de luchar por una Argentina soberana, democrática, en donde reine la justicia, la libertad y la igualdad, en donde se respete la patria y en donde exista un sentimiento nacional masivo capaz de emancipar al país de la cultura que nos oprime.

Por todo esto y mucho más no podemos olvidarnos de Lebensohn, y debemos continuar por la causa del pueblo, esa causa que tanto identifico al Radicalismo desde su nacimiento, esa causa por la que tantos hombres del radicalismo como Alem, Yrigoyen, Larralde, Lebensohn, Illia, Balbín, Alfonsín y otros tantos han Luchado.

Y como dijo para todos los radicales de todos los tiempos (de ayer de hoy y del futuro) Moisés Lebensohn:

“Doctrina para que nos entiendan, conducta para que nos crean”

miércoles, 10 de junio de 2009

Palabras de Ricardo Balbín en el aniversario de la muerte de Honorio Pueyrredón

Cementerio de la Recoleta, 23 de septiembre de 1946

"Vengo a traer la palabra de amistad de la Provincia de Buenos Aires. Venimos a este lugar a encontrarnos con nuestros muertos; con nuestros magníficos muertos, no porque ellos lo necesiten, no porque ellos precisen de nuestros homenajes ... venimos aquí porque nosotros los necesitamos. Somos nosotros los que sentimos la imperiosa necesidad de acercarnos a ellos para que nos muestren el derrotero a seguir.

Había hecho Pueyrredón de la amistad el culto de su vida. Se retiró de los puestos, cuando más lo necesitábamos en homenaje a su concepto sobre la amistad y hubo quienes supieron aprovechar de esa virtud del doctor Pueyrredon para ocupar puestos que no merecían y que a mal camino conducía. Ese fue el llamado "error de Pueyrredon", el error de ser leal en un clima de desleales.

Pueyrredón no necesita este acto, porque está en el corazón de todos los argentinos, pero existe necesidad de asistir a este acto para hablar íntimamente.

Voy a leer sus propias palabras, año 1934. Decía Pueyrredón: 'La Unión Cívica Radical es una fuerza espiritual; un estado de conciencia; radica en el alma del pueblo; el Radicalismo es hoy como lo fuera otrora una esperanza de redención social. Si llegáramos a defraudarle, si por falta de comprensión de sus hombres dirigentes no marcáramos en la acción futura de gobierno, rumbos y procedimientos nuevos que lleven la gran premisa de asegurar la mayor felicidad al mayor número; si no hemos de empeñarnos y crear un estado medio entre la riqueza y la miseria, de modo que el pobre tenga asegurado un mínimo de bienestar, con pan, escuela y trabajo, y el que lo ha conquistado viva libre del miedo de perderlo; si no hemos de hacer lo bastante, para no contemplar el espectáculo de ver levantarse a diario nuevas ciudades, en las que mientras el obrero con sus manos construye palacios, no asegura para su cabeza un solo techo, si no hemos de reivindicar el ideal de civilización moderna, de que el obrero sea el elemento esencial y el asociado de la industria; de que el hombre está primero que la máquina y primero que el producto, y que para una Nación fuerte hacer dinero es menos importante que formar hombres; si no hemos de hacer eso, días nebulosos podrán venir para la paz social de la República".

Esto lo dijo Pueyrredón en 1934 y sus palabras quedaron en un rincón, y digamos la verdad, nos apartamos de esa línea de conducta que nos trazó y hoy estamos pagando las consecuencias.

Los hombres jóvenes del partido saben que los muertos ya no dan nada, pero también saben que los muertos han dejado consignas y que esas consignas deben hacerse realidad en el país para ventura de la República.

Dr. Ricardo Balbín

miércoles, 3 de junio de 2009

Hacia la Democracia Social 7/08/1992

Manifiesto Fundacional
Hacia la democracia Social

Hay tiempos históricos que son determinantes para el desarrollo de la Nación. Este es uno de ellos. La sociedad Argentina debe optar entre el orden conservador que se le propone desde el gobierno o la democracia social. Hay millones de argentinos que quieren la estabilidad, el crecimiento económico y la integración al comercio mundial, pero saben que –para alcanzar estos objetivos- es imprescindible tener un Estado fuerte, garantizar la seguridad jurídica de los ciudadanos, integrar el territorio, desarrollar la infraestructura, realizar un formidable esfuerzo educativo, industrializar el país, evitar la formación de monopolios privados, distribuir equitativamente el ingreso y asegurar el bienestar.

En la actualidad estamos transitando una etapa donde el sector dominante ha generado una nueva ideología que se asienta en la afirmación antojadiza de que, precisamente, “las ideologías han muerto”. Consecuentemente en la sociedad que ellos pretenden imponer no tienen cabida la historia, los principios, los valores, las utopías. Emergen entonces excluyentemente el realismo, el pragmatismo, la eficiencia, el mercado, en definitiva el individuo aislado. El pensamiento neoconservador ha ganado terreno también en nuestro medio como lo hizo en otros lugares del mundo. Impulsa que la política esté tan escindida como sea posible de las justificaciones morales, por ello no tiene límites en su insolidaridad, en su cinismo, y en su inmoralidad.

Frente a esta filosofía de la resignación alentada para servir a los poderosos; de la desintegración de la sociedad para servir a las corporaciones; de la apatía para garantizar el gobierno de las elites, nosotros levantamos la opción que representa a millones de argentinos que se niegan a tener que elegir entre la eficiencia y la justicia. Son los que rechazan el dogma que tratan de imponerles, los que no creen que las leyes de la economía exijan abandonar a los ancianos, desatender a los enfermos, olvidarse de los estudiantes, e ignorar a los desocupados.

Son los que saben que los países más prósperos lo son porque han invertido en su gente.

Son los que saben que las economías más competitivas, las más productivas, las más innovadoras, las más exportadoras, las más exitosas son aquellas que han invertido en educación, en salud, en vivienda, en infraestructura, en definitiva en cuidad y promocionar a sus recursos humanos.
Son los que tienen en claro que hubo quienes primero desestabilizaron la economía para después asegurarse la estabilidad en su propio beneficio; son los que tienen en claro que hubo quienes antes no dejaron privatizar bien para después convertir a la privatización en el negocio de unos pocos: son los que tienen en claro que hubo quienes buscaron paralizar el país para luego rematarlo.

Para representar a esos millones de argentinos necesitamos un radicalismo con la claridad y la determinación que le permita luchar por un modelo que concilie la eficiencia con la justicia. Por eso nace el MOVIMIENTO PARA LA DEMOCRACIA SOCIAL.

Sabemos que fortalecido el partido su obligación consiste en encontrarse con otros sectores. A la fuerte alianza del neo conservadorismo hay que oponerle una fuerza capaz de disputarle al gobierno, para ejercer el poder y transformar la realidad.

Toda encrucijada para el país, también ha sido un desafío para el radicalismo. Nosotros queremos recorrer el camino que nos hicieran transitar con su capacidad anticipatoria y con su compromiso con lo nacional y popular Yrigoyen, Lebenshon, Larralde, Illia y Balbín.

Para recorrerlo debemos ser solidarios no solo entre los que pensamos parecido, sino también entre los que estamos dispuestos a actuar parecido. Debemos ser solidarios con nuestro pueblo, que nos dio origen y nos nutre, y al que debemos representar sin especulaciones. Debemos ser solidarios con su historia de lucha y ejemplos.

La tarea es inmensa pero hay que afrontarla. Como tantas veces. Como cuando teníamos la esperanza de alcanzar la libertad y el Estado de Derecho. Ahora detrás de una nueva esperanza: la de una DEMOCRACIA SOCIAL.

Estamos convocados y nos ponemos en marcha.


Buenos Aires, 7 de Agosto de 1992.-

martes, 2 de junio de 2009

Manifiesto de la Unión Cívica al Pueblo de la República 2/07/1891

Conciudadanos:
El desarrollo de acontecimientos graves y precipitados en los últimos días, colocan al Comité Nacional de la Unión Cívica en la necesidad de dirigir el presente manifiesto a sus correligionarios y a los pueblos de la república, explicando esos sucesos y presentando las vistas políticas del cuerpo que gobierna los intereses generales del partido, en presencia de los nuevos horizontes y de la escisión producida en el seno de nuestra comunidad, por los partidarios de una conciliación con el oficialismo.
Una minoría del Comité Nacional, formada por los partidarios del acuerdo con la agrupación dominante, acaba de romper la unidad de la Unión Cívica, y, llamándose Comité Nacional de la misma, ha resuelto reorganizarla, aprobar el acuerdo mencionado, y convocar la Convención del Rosario, con idéntico fin, a lo que se agregará la minoría en caso necesario.
La causa fundamental que ha impulsado sus resoluciones, consiste en las resistencias que encontraba el acuerdo en el seno de la Unión Cívica, y se comprende que el propósito claro de sus procederes, es imponerlo al país, como una necesidad suprema.
Es el caso de recordar el carácter esencial de la Unión Cívica y los trabajos personalistas que desnaturalizando el programa de nuestra institución, han hecho dentro de la misma algunos de los amigos del general Mitre, hasta llegar a la escisión actual.
La Unión Cívica fue desde un principio la coalición de los hombres de bien, vinculados para destruir el sistema de gobierno imperante, que ha producido tan graves perturbaciones en la República. La bandera y su programa de principios, enarbolados como enseñas de redención nacional, fueron aclamados con entusiasmo patriótico de un extremo a otro de nuestro territorio.
Ese programa excluía todo personalismo, y sobre la influencia de los caudillos, sobre el prestigio de los hombres, agitaba algo más grande y levantando, un credo político, que perseguía el predominio de las ideas y de la instituciones. La campaña de la Unión Cívica no era contra un hombre ni contra individuos determinados, sino contra todo un régimen que había subvertido las leyes y producido la ruina general.
La Unión Cívica no se había formado alrededor de ninguna personalidad determinada, ni se proponía como objetivo de sus ideales y de su programa, la exaltación de un hombre al mando; ella debía destruir el funesto sistema de la opresión oficial, buscando el restablecimiento de las instituciones, la honradez gubernativa, la libertad del sufragio y el respecto a la autonomía de los municipios y de las provincias. Las personalidades eminentes de su seno debían inclinarse ante ese programa y prestarle acatamiento.
Y este programa y la impersonalidad de la institución era y es la verdadera aspiración nacional, lo que constituye su fuerza incontrastable.
No lo entendieron así los que a toda costa querían proclamar la candidatura del general Mitre y cuando se extendieron los trabajos políticos a las provincias después de la Revolución de Julio, procuraron obstinadamente restaurar dentro de la Unión Cívica el antiguo partido que aquél acaudillara, con cuyo propósito formaban organizaciones especiales, anunciaron su separación si no se proclamaba esta candidatura, y llegaron hasta oponerse a la Convención del Rosario, que si como todos lo reconocen, representa un progreso en nuestras costumbres políticas, fue debido al esfuerzo y miras nacionales, a los verdaderos cívicos. Y es respondiendo a estas tendencias, que ha guardado una actitud pasiva y hasta de complicidad a veces, en presencia de los vejámenes que se inferían a nuestros correligionarios de las provincias.
La combinación Mitre-Irigoyen proclamada por la Convención del Rosario, simbolizaba la fusión de los partidos tradicionales, y la predilección de los pueblos de la República por estos hombres de Estado, y la expresión genuina de haberse compulsado lealmente la opinión nacional. La designación de los candidatos era muy satisfactoria, pero lo que más importaba a la Unión Cívica y a la República era que triunfase el programa regenerador aclamado en los meetings del 1º de setiembre y del 13 de abril; lo que interesaba a la República, no era precisamente la elevación de los candidatos designados, sino el cambio de régimen, en política, en finanzas y en administración; lo que el país entero reclamaba y sigue reclamando son gobiernos responsables, honrados y garantías constitucionales, tanto en el orden nacional como en todas las provincias.
La combinación Mitre-Irigoyen, por las cualidades personales de los candidatos y por las fuerzas sanas de opinión que los llevarían al poder, satisfacía las exigencias nacionales y prometía un gobierno de reacción contra los abusos del pasado, sin pactos desdorosos con los directores del antiguo régimen. Era ésta la genuina significación de la fórmula del Rosario.
Inmediatamente de llegar de Europa el general Mitre, apareció ostensiblemente lo que se ha llamado acuerdo entre el candidato presidencial de la Unión Cívica, y el representante del oficialismo, el entonces Ministro del Interior, general Roca, cuya influencia pesa sobre la República desde hace diez años. Esta ligereza para celebrar un pacto tan inusitado sin haberse puesto el candidato en comunicación con el Comité, ni informado de la situación política de nuestro partido, sólo se explica por exigencias de la reacción personalista producida en ciertos elementos de la Unión Cívica, y por preliminares clandestinas del acuerdo, convenidos de antemano por los amigos del general Mitre.
El general Mitre ha declarado repetidas veces, que el acuerdo era sin condiciones, que sus bases fundamentales debían ser la libertad del sufragio para las provincias y el mantenimiento de la fórmula del Rosario, llegando hasta decir a los delegados de las provincias que estaría firme en la lucha, mientras hubiera en algún punto de la República, una libertad conculcada o un principio desconocido.
Los amigos del general Mitre, desde la iniciación del acuerdo, han trabajado sin cesar en el Comité y en las provincias para conseguir mayoría favorable, en la inteligencia de que él importaba eliminación de los candidatura del doctor Irigoyen y la aceptación de un representante del oficialismo en su reemplazo. Con esta conducta abandonaban las provincias a su suerte, pues nada habían pactado en favor de su libertad, olvidaban compromisos solemnes contraídos en la Convención del Rosario, y ratificados en un manifiesto del Comité, después de los preliminares del acuerdo, al mismo tiempo que hacían desaparecer del programa de la Unión Cívica aquel principio que prohíbe toda intromisión del oficialismo en las contiendas electorales.
Celebrado el convenio ad-referéndum resultó que por él se alteraba la combinación del Rosario, aquella fórmula que tanto significaba para la Unión Cívica y para la República -y que se aceptaba la candidatura para vice, de una personalidad designada por el oficialismo. La mayoría del Comité adversa a la conciliación con los hombres del poder, o a un acuerdo que importara la alteración de la fórmula del Rosario-, sostenía que el Comité no estaba facultado para pronunciarse sobre ese convenio, debiendo remitirse a la convención del Rosario. La minoría acuerdista sostuvo la tesis contraria.
El Comité ha deliberado detenidamente sobre el trámite que correspondía dar a ese convenio, aprobando un proyecto que lo remitía a la convención del Rosario, proyecto que fue sostenido en la sesión del 24 del pasado, por los mismos amigos del general Mitre. Se ha publicado la crónica de esta sesión y sólo conviene recordar que con ocasión de ese debate, se ha patentizado una vez más el espíritu moderado y correcto de la mayoría adversa al acuerdo, a la vez que la intemperancia, el propósito preconcebido de los separatistas de dividir la Unión Cívica, llegando hasta rechazar fórmulas que ellos mismos habían propuesto días antes, y a producir el escándalo de la escisión después que el Comité aprobó el proyecto que sostuvieran en la discusión.
La actitud de la minoría al arrogarse la dirección del partido, aprobar el convenio ad-referéndum y decretar la reorganización de la Unión Cívica, no podía ser más grave y contraria a reglas elementales de disciplina política.
El Comité Nacional de la Unión Cívica, donde se encuentran los delegados de casi todas las provincias, asumió la actitud que le correspondía en presencia de los hechos producidos, decretando la separación de su seno y del partido, de los miembros que firmaron las resoluciones indicadas, y la exposición con que trataron de cohonestar su conducta.
Según sus propias declaraciones, la situación actual de la República, no ofrece garantías para una lucha electoral libre y pacífica.
¿Y por qué ? ¿Quién ha suprimido esas garantías esenciales de todo gobierno republicano? El oficialismo al cual se unen y consolidan, con lo que se aleja la esperanza de reivindicar las libertades públicas. Si ellos reconocen la ausencia de garantías constitucionales y la voluntad criminal de mantener este régimen opresivo, ¿cómo se unen, entonces, al poder y admiten de sus hombres intenciones patrióticas para hacer imperar con el acuerdo lo que han violado con el gobierno? Si no gozamos de los beneficios de la libertad, es nuestro deber esforzarnos por conquistarla, con todos los sacrificios de las luchas democráticas, en vez de abrazarnos con los que la vilipendiaron.
Esta es la verdadera exigencia del patriotismo.
Se agrega que el círculo situacionista ofrece una conciliación conveniente, puesto que acepta la candidatura presidencial de la Unión Cívica y sólo exige la vicepresidencia para una personalidad alejada del país hace veinte años. La Unión Cívica no se ha propuesto la elevación de un hombre al poder, sino cambiar el régimen imperante. Este sistema depresivo de la dignidad de los argentinos continuaría apoyado por las situaciones de las provincias, donde imperan con más crueldad los del poder; y en semejante hipótesis, se esterilizarían hasta los buenos propósitos del candidato. Entonces, la conciliación con el oficialismo serviría para mantener y consolidar, lo que se propone destruirla Unión Cívica, con el aplauso del país entero. Ante esta consideración fundamental, nada valen las prendas personales del diplomático, con quien se quiere eliminar al candidato del pueblo. No se debate la honradez de personalidades; se trata de los derechos del pueblo, que a la fuerza se quiere suprimir, violando la resolución de una convención que ha interpretado fielmente la voluntad nacional.
Se afirma también que fuera del acuerdo, no quedarían a la Unión Cívica más soluciones que la guerra o la abstención, imponiéndose, entonces, la política de transacciones, que salva con la paz, los principios, la moral administrativa y las libertades públicas. La Unión Cívica, no ha desplegado bandera de guerra: su programa es de paz. Si el poder pretende impedir a sangre y fuego que el pueblo ejercite sus derechos, no sera éste el culpable de los sucesos que sobrevengan, ni tampoco la alianza con aquél, se armoniza con los deberes cívicos que impone la República a los ciudadanos. Jamás se suprimirían los abusos de un mal gobierno, si por razón de ellos se afirmara el poder; ni se comprende las esperanzas de una reacción administrativa, económica y política, robusteciendo a los autores de la ruina general, y de la opresión en que gimen las provincias. La Unión Cívica quiere y busca la paz, pero a este título no debe exigírsele la servidumbre, sino la tranquilidad que resulta de la armonía del orden con la libertad, que asegura los derechos y las garantías del ciudadano. Esta paz no se afianza fortificando gobiernos opresores, ni es digno esperarla como una gracia: es necesario merecerla, conquistarla a fuerza de sacrificios y conservarla con altivez republicana.
La circunstancia de no haber sido aprobado por el Comité el convenio ad-referéndum, no es más que un pretexto. El Comité, o su gran mayoría, no se consideraba con facultades para aprobar, y resolver lo contrario, habría importado arrogarse facultades electorales, que sólo correspondían a la convención, donde todas las provincias tenían representación proporcional.
La intransigencia que inculpan los separatistas a los que forman la mayoría del comité, consiste en mantener con altura el programa de la Unión Cívica, en ser consecuente con solemnes compromisos contraídos ante el país, y cumplir con lealtad los deberes que nos impone la situación de las provincias.
El Comité no debe mirar con indiferencia la suerte de sus correligionarios; el programa de la Unión Cívica es esencialmente nacional, y establece vínculos de noble solidaridad entre todos sus miembros, que no permiten conformarse con una política llamada de conciliación que ofrece algunas franquicias para la ciudad de Buenos Aires y mantiene la servidumbre en las provincias. La Unión Cívica quiere buen gobierno, garantías y respeto a la ley, para todos los Estados de la República, pues así lo exigen los principios de su programa y el verdadero patriotismo. En esto consiste su intransigencia y su radicalismo.
La política de conciliación, en la forma en que se ha iniciado, se reduce a prometer al país para fines de 1892, la elevación al mando de dos personas honorables; pero persistirá el mecanismo opresivo en toda la República, quedará intacto el funesto sistema que ha producido nuestros desastres; más aún, hará nuevas víctimas, ocasionará nuevas ruinas, porque la maquinaria necesitará funcionar otra vez en la contienda electoral. Y si hemos de juzgar ese acuerdo por la sinceridad de los hombres de la situación que lo han concertado, y por las garantías acordadas a Mendoza, Córdoba y Catamarca, después de sus preliminares, no es aventurado presumir que será fatal para la República, que no se removerán las causas del malestar, ni con él se reconquistará las libertades públicas. Si ese acuerdo hubiera sido aceptado, su primer efecto sería la desorganización electoral de la Unión Cívica, desde que no habría el estímulo de una lucha democrática en perspectiva. Esta desorganización general, debilitaría las fuerzas populares en cada provincia quedando a merced de los gobernantes, que han suprimido hasta la última garantía constitucional.
La Unión Cívica se propuso también, entre sus patrióticas iniciativas, el despertamiento de la vida cívica nacional, adormecida durante un decenio. Habían transcurrido muchos años de calma, de paz inalterable, salvo algunos hechos sangrientos aislados, producidos por intrigas de palacio; el pueblo se había alejado de los comicios, porque en vez del santuario de su soberanía, encontraba allí las vergonzosas celadas del fraude, o la criminales descargas de la fuerza pública.
No había lucha; estaba admirablemente suprimida en todas partes por la acción del gobierno y por la abstención activa del partido opositor; y así en cualquier punto de la República donde se pretendía votar, allí caía la acción del poder en apoyo del principio de autoridad para sofocar las agitaciones democráticas. Así se aseguraba la paz para los gobernantes, y la ausencia del control en la administración pública; se afianzó el despotismo político y ha podido administrar impunemente sin probidad. Con este régimen, con esta paz y con semejantes conquistas, la República, al organizarse la Unión Cívica sentía las primeras angustias de la terrible crisis que la ha conducido al borde del abismo, a la opresión interior y a la vergüenza ante la Europa, a la pobreza dentro de sus fronteras y a la falencia internacional. Este fue el fruto de la supresión de la lucha, de la paz sin libertad, de la muerte del civismo. La Unión Cívica lanzó un grito de guerra contra estos factores de nuestro envilecimiento, proclamando que el ejercicio de nuestros derechos políticos, es el primer deber de un ciudadano, y que la lucha democrática es la primera causa del engrandencimiento de los pueblos. ¿Cómo podría ahora arriar tan hermosa bandera y proclamar la supresión de la lucha, la paz sin derechos, la muerte de ese espíritu cívico que ella ha despertado en el pueblo?
La minoría separatista, que ha roto la unidad de la Unión Cívica para imponer una combinación electoral, sin preocuparse de los pueblos del interior, ha deslindado posiciones, como ella lo dice, entre la Unión y los aliados del poder. No más confundirá el pueblo, aunque en su evolución, aquella minoría conserve un disfraz, el nombre de Unión Cívica, que simboliza en nuestro escenario político, lucha contra los abusos del poder y en favor de la libertad.
No hay, pues, ninguna consideración de bien público, que justifique semejante acuerdo; se trata tan sólo de satisfacer ambiciones impacientes, que por legítimas que sean, deben amoldarse a la corrección de los principios políticos, y subordinarse a los intereses generales de la Nación.
A ese acuerdo lo repudia la moral y las leyes fundamentales que rigen el desenvolvimiento de las sociedades, y por consiguiente, jamás lo aceptaremos.
Conciudadanos: La Unión Cívica tiene que luchar por el triunfo de su programa principista haciendo causa con todas las provincias oprimidas. Mantendrá en alto la bandera enarbolada como enseña de regeneración nacional: no consentirá que se desnaturalice su programa con peligrosas desviaciones hacia el personalismo; y para coronar el triunfo de la causa del pueblo, dirige un llamamiento patriótico a todos los hombres bien intencionados, exhortándolos a formar en sus filas.
En presencia, pues, de la situación que estos sucesos han creado, conviene a los altos intereses de la Unión Cívica que se congregue la Convención del Rosario, sobre la base de los convencionales que permanecen fieles al programa, debiendo los comités de las provincias reemplazar a los que se han ya separado, para fijar rumbos al partido y designar definitivamente las candidaturas presidenciales que sostendremos en la próxima lucha.

Buenos Aires, 2 de julio de 1891. Por el Comité: L. N. ALEM, Presidente; Joaquín Castellanos, Abel Pardo, Carlos A. Estrada, Marcelo T. de Alvear, Adolfo Mujica, Remigio Lupo, secretarios.

Fuente: http://www.ucruruguay.com.ar/news/manifiestodelaunionc.php