jueves, 28 de mayo de 2009

Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918

La Juventud Argentina de Córdoba
A los Hombres Libres de Sudamérica

Hombres de una República Libre. acabamos de romper la ultima cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una verguenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocamos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.
La rebeldía estalla en Córdoba y es violenta porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de Mayo. Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y -lo que es peor aún- el lugar en el que todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las Universidades han llegado a ser así fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerle la vida imposible en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el futuro del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria.
Nuestro régimen universitario -aún el más reciente- es anacró­nico. está fundado sobre una especie de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En el nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto de autoridad que corresponde y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la sustancia misma de los estudios. La autoridad, en un hogar de estudiantes. no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando.
Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y de consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario. pero no una labor de ciencia. Mantener la actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclaman el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de ciencias es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.
Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universita­rio el arcaico y bárbaro concepto de autoridad que en estas casas de estudio es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia. Ahora ad­vertimos que la reciente reforma, sinceramente liberal, aportada a la universidad de Córdoba por el doctor José Nicolás Matienzo, sólo ha venido a probar que el mal era más afligente de lo que imaginábamos y que los antiguos privilegios disimulaban un estado de avanzada descomposición. La reforma Matienzo no ha inaugurado una democracia universitaria; ha sancionado el predominio de una casta de profesores. Los intereses creados en tomo de los mediocres han encontrado en ella un inesperado apoyo. Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de un orden que no discutimos. pero que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es así. si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embru­teciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección. Entonces la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención espiritual de las juventudes americanas nuestras única recompensa, pues sabemos que nuestras verdades lo son -y dolorosas- de todo el continente. Que en nuestro país una ley -la ley de Avellaneda, se opone a nuestros anhelos? Pues a reformar la ley, que nuestra salud moral lo está exigiendo.
La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desintere­sada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse. No se equívoca nunca en la elección de sus propios maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros de que el acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante, solo podrán ser maestros en la futura república universitaria los verda­deros constructores de almas, los creadores de verdad, de belleza y de bien.
La juventud universitaria de Córdoba cree que ha llegado la hora de plantear este grave problema a la consideración del país y de sus hombres representativos.
Los sucesos acaecidos recientemente en la Universidad de Córdoba, con motivo de la elección rectoral, aclaran singularmente nuestra razón en la manera de apreciar el conflicto universitario. La Federación Universitaria de Córdoba, cree que debe hacer conocer al país y a América las circunstancias de orden moral y jurídico que invalidan el acto electoral verificado el 15 de junio. Al confesar los ideales y principios que mueven a la juventud en esta hora única de su vida, quiere referir los aspectos locales del conflicto y levantar bien alta la llama que está quemando el viejo reducto de la opresión clerical. En la Universidad Nacional de Córdoba y en esta ciudad no se han presenciado desórdenes; se ha contemplado y se contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar bien pronto bajo su bandera a todos los hombres libres del continente. Referiremos los sucesos para que se vea cuánta razón nos asistía y cuanta verguenza nos sacó a la cara la cobardía y la perfidia de los reaccionarios. Los actos de violencia, de los cuales nos responsabilizamos íntegramente, se cumplían como en el ejercicio de puras ideas. Volteamos -lo que representaba un alzamiento anacrónico y lo hicimos para poder levantar siquiera el corazón sobre esas ruinas. Aquellos representan también la medida de nuestra indignación en presencia de la miseria moral; de la simulación y del engaño artero que pretendía filtrarse con las apariencias de la legalidad. El sentido moral estaba oscurecido en las clases dirigentes por un fariseismo tradicional y por una pavorosa indigencia de ideales.
El espectáculo que ofrecía la asamblea universitaria era re­pugnante. Grupos de amorales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el primer escrutinio, para inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin recordar la adhesión públicamente empeñada, el compromiso de honor contraído por los intereses de la Universidad. Otros -los más- en nombre del sentimiento religioso y bajo la evocación de la Compañía de Jesús (Curiosa religión que enseña a menospreciar el honor y deprimir la personalidad! ¡Religión para vencidos o para esclavos!). se había obtenido una reforma liberal mediante el sacrificio heroico de una juventud. Se creía haber conquistado una garantía y de la garantía se apoderaban los únicos enemigos de la reforma. En la sombra los jesuitas habían prepara­do el triunfo de una profunda inmoralidad. Consentirla habría com­portado otra traición. A la burla respondimos con la revolución. La mayoría expresaba la suma de la represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos la única lección que cumplía y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical.
La sanción moral es nuestra. El derecho también. Aquellos pu­dieron obtener la sanción jurídica, empotrarse en la ley. No se lo permitimos. Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico, irrevocable y completo, nos apoderamos del salón de actos y arrojamos a la canalla, sólo entonces amedrentada, a la vera de los claustros. Que esto es cierto, lo patentiza el hecho de haber, a continuación, sesionado en el propio salón de actos la Federación Universitaria y de haber firmado mil estudiantes sobre el mismo pupitre rectoral, la declaración de huelga indefinida.
En efecto, los estatutos reformados disponen que la elección del rector terminará en una sola sesión, proclamándose inmediata­mente el resultado, previa lectura de cada una de las boletas y aprobación del acta respectiva. Afirmamos, sin temor de será rectificados que las boletas no fueron leídas, que el acta no fue aprobada, que el rector no fue proclamado, y que, por consiguiente, para la ley, aún no existe rector de esta universidad.
La juventud universitaria de Córdoba afirma que jamas hizo cuestión de nombres ni de empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docente, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban en beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni reglamentos por temor de que alguien en los cambios pudiera perder su empleo. La consigna de "hoy para ti, mañana para mí", corría de boca en boca y asumía la preeminencia de estatuto universitario. Los métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la universidad apartada de la ciencia y de las disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la repetición interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas, trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración del silencio puede ser ejercitada en contra de la ciencia. Fue entonces cuando la oscura universidad mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a Ferrero, a Palacios y a otros, ante el temor de que fuera perturbada su plácida ignorancia. Hicimos entonces una santa revolución y el régimen cayó a nuestros golpes.
Creímos honradamente que nuestro esfuerzo había creado algo nuevo, que por lo menos la elevación de nuestros ideales merecía algún respeto. Asombrados, contemplamos entonces como se coaligaban para arrebatar nuestra conquista los más crudos reaccio­narios.
No podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, ni al juego de intereses egoístas. A ello se nos quiere sacrificar. El que se titula rector de la Universidad de San Carlos ha dicho su primera palabra: "Prefiero antes de renunciar que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes". Palabras llenas de piedad y de amor, de respeto reverencioso a la disciplina; palabras dignas del jefe de una casa de altos estudios. No invoca ideales ni propósitos de acción cultural. Se siente custodiado por la fuerza y se alza soberbio y amenazador. Armoniosa lección que acaba de dar a la juventud el primer ciudadano de una democracia universitaria!. Recojamos la lección, compañeros de toda América; acaso tenga el sentido de un presagio glorioso, la virtud de un llamamiento a la lucha suprema por la libertad; ella nos muestra el verdadero carácter de la autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que ve en cada petición un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión.
La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Esta cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa.
La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su fede­ración, saluda a los compañeros de la América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia.


Firman: Enrique F Barros, Horacio Valdéz, Ismael C. Bordabhére, Presidente. Gumersindo Sayago, Alfredo Castellanos, Luis M. Méndez, Jorge L. Bazante, Ceferino Garrzón Maceda, Julio Molina, Carlos Suarez Pinto, Emilio R. Biagosch, Angel J. Nigro, Natalio J. Saibene, Antonio Medina Allende, Ernesto Garrzón.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Manifiesto revolucionario del 26 de Julio de 1890

Junta Revolucionaria del Parque
Al Pueblo:
El patriotismo nos obliga a proclamar la revolución como recurso extremo y necesario para evitar la ruina del país. Derrocar un gobierno constitucional, alterar sin justo motivo la paz pública y el orden social, sustituir el comicio con la asonada y erigir la violencia en sistema político, sería cometer un verdadero delito de que nos pediría cuenta la opinión nacional. Pero acatar y mantener un gobierno que representa la ilegalidad y la corrupción; vivir sin voz ni voto la vida pública de un pueblo que nació libre; ver desaparecer día por día las reglas, los principios, las garantías de toda administración pública regular, consentir los avances al tesoro, la adulteración de la moneda, el despilfarro de la renta; tolerar la usurpación de nuestros derechos políticos y la supresión de nuestras garantías individuales que interesan a la vida civil, sin esperanza alguna de reacción ni de mejora, porque todos los caminos están tomados para privar al pueblo de gobierno propio; y mantener en el poder a los mismos que han labrado la desgracia de la república; saber que los trabajadores emigran y que el comercio se arruina, porque, con la desmonetización del papel, el salario no basta para las primeras necesidades de la vida y se han suspendido los negocios y no se cumplen las obligaciones; soportar la miseria dentro del país y esperar la hora de la bancarrota internacional que nos deshonraría ante el extranjero; resignarse y sufrir todo fiando nuestra suerte y la de nuestra posteridad a lo imprevisto y a la evolución del tiempo, sin tentar el esfuerzo supremo, sin hacer los grandes sacrificios que reclama una situación angustiosa y casi desesperada, sería consagrar la impunidad del abuso, aceptar un despotismo ignominioso, renunciar al gobierno libre y asumir la más grave responsabilidad ante la patria, porque hasta los extranjeros podrían pedirnos cuenta de nuestra conducta, desde que ellos han venido a nosotros bajo los auspicios de una constitución que los ciudadanos hemos jurado y cuya custodia nos hemos reservado como un privilegio, que promete justicia y libertad a todos los hombres del mundo que vengan a habitar el suelo argentino.
La Junta Revolucionaria no necesita decir al pueblo de la nación y a las naciones extrañas los motivos de la revolución, ni detallar cronológicamente todos los desaciertos, todos los abusos, todos los delitos, todas las iniquidades de la administración actual. El país entero está fuera de quicio, desde la Capital hasta Jujuy. Las instituciones libres han desaparecido de todas partes: no hay república, no hay sistema federal, no hay gobierno representativo, no hay administración, no hay moralidad. La vida política se ha convertido en industria lucrativa.
El presidente de la república ha dado el ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo la vida de los sátrapas con un menosprecio inaudito por el pueblo y con una falla de dignidad que cada día se ha hecho más irritante. Ni en Europa ni en América podía encontrarse en estos tiempos un gobierno que se le parezca; la codicia ha sido su inspiración, la corrupción ha sido su medio. Ha extraviado la conciencia de muchos hombres con las ganancias fáciles e ilícitas, ha envilecido la administración del Estado obligando a los funcionarios públicos a complacencias indebidas y ha pervertido las costumbres públicas y privadas prodigando favores que representan millones. El mismo ha recibido propinas de cuanto hombre de negocio ha mercado en la nación, y forma parte de los sindicatos organizados para las grandes especulaciones, sin haber introducido capital ni idea propia, sino la influencia y los medios que la constitución ponía en sus manos para la mejor administración del Estado. En cuatro años de gobierno se ha hecho millonario, y su fortuna acumulada por tan torpes medios se exhibe en bienes valiosísimos cuya adquisición se ha anunciado por la prensa. Su participación en los negocios administrativos es notoria, pública y confesada. Los presentes que ha recibido, sin noción de la delicadeza personal, suman cientos de miles de pesos y constan en escrituras públicas, porque los regalos no se han limitado a objetos de arte o de lujo; han llegado a donaciones de bienes territoriales, que el público ha denunciado como la remuneración de favores oficiales. Puede decirse que él ha vivido de los bienes del Estado y que se ha servido del erario público para constituirse un patrimonio propio. Su clientela le ha imitado; sujetos sin profesión, sin capital, sin industria, han esquilmado los bancos del Estado, se han apoderado de las tierras públicas, han negociado concesiones de ferrocarriles y puertos y se han hecho pagar su influencia con cuantiosos dineros.

En el orden público ha suprimido el sistema representativo hasta constituir un Congreso unánime sin discrepancia de opiniones, en el que únicamente se discute el modo de caracterizar mejor la adhesión personal, la sumisión y la obediencia pasiva. El régimen federativo ha sido escarnecido; los gobernadores de provincia, salvo rara excepción, son sus lugartenientes; se eligen, mandan, administran y se suceden según su antojo: rendidos a su capricho. Mendoza ha cambiado en horas de gobernador como en los tiempos revueltos de la anarquía. Tucumán presenció una jornada de sangre, fraguada por la intriga para incorporarla al sistema del monopolio político; no ha habido elección de gobernador que no haya sido otra cosa que un simple acto de comercio. Entre Ríos, bajo la ley marcial, acaba de recibir la imposición de un candidato resistido por la opinión pública. Córdoba ha sido el escenario de un juicio político inventado para arrojar del gobierno a un hombre de bien: hoy día es un aduar; la sociedad sobrecogida vive con los sobresaltos de los tiempos de Bustos y Quiroga.
Las demás provincias argentinas están reducidas a feudos: Salta, la noble provincia del norte, ha sido enfeudada y enfeudadas están igualmente al presidente, Santiago y Corrientes, La Rioja, Jujuy, San Luis y Catamarca.
Jamás argentino alguno ejerció mando más ofensivo ni más deprimente para las leyes de una nación libre.
En el orden financiero los desastres, los abusos, los escándalos, se cuentan por días. Se han hecho emisiones clandestinas para que el Banco Nacional pague dividendos falsos, porque los especuladores oficiales habían acaparado las acciones y la crisis sorprendió antes de que pudieran recoger el botín. El ahorro de los trabajadores y los depósitos del comercio se han distribuido con mano pródiga en el círculo de los favoritos del poder que han especulado por millones y han vivido en el fausto sin revelar el propósito de cumplir jamás sus obligaciones. La deuda pública se ha triplicado, los títulos a papel se han convenido, sin necesidad, en títulos a oro, aumentando considerablemente las obligaciones del país con el extranjero; se han entregado a la especulación más de cincuenta millones de pesos oro que había producido la venta de los fondos públicos de los bancos garantidos, y hoy día la nación no tiene una sola moneda metálica y está obligada al servicio en oro de más de ochenta millones de títulos emitidos para ese fin; se vendieron los ferrocarriles de la nación para disminuir la deuda pública, y realizada la venta se ha despilfarrado el precio; se enajenaron las obras de salubridad, y en medio de las sombras que rodean ese escándalo sin nombre, el pueblo únicamente ve que ha sido atado, por medio siglo, al yugo de una compañía extranjera, que le va a vender la salud a precio de oro; los bancos garantidos se han desacreditado con las emisiones falsas; la moneda de papel está depreciada en doscientos por ciento y se aumenta la circulación con treinta y cinco millones de la emisión clandestina, que se legaliza, y con cien millones, que se disfrazan con el nombre de bonos hipotecarios, pero que son verdadero papel moneda, porque tienen fuerza cancelatoria; cuando comienza la miseria se encarece la vida con los impuestos a oro; y después de haber provocado la crisis más intensa de que haya recuerdo en nuestra historia, ha estado a punto de entregar fragmentos de la soberanía para obtener un nuevo empréstito, que también se habría dilapidado, como se ha dilapidado todo el caudal del Estado.
Esta breve reseña de los agravios que el pueblo de la nación ha sufrido, está muy lejos de ser completa. Para dar idea exacta sería necesario formular una acusación circunstanciada y prolija de los delitos públicos y privados que ha cometido el jefe del Estado contra las instituciones, contra el bienestar y el honor de los argentinos. El pueblo la hará un día y requerirá su castigo, no para de que no se puede gobernar la república sin responsabilidad y sin honor.
Conocemos y medimos la responsabilidad que asumimos ante el pueblo de la Nación; hemos pensado en los sacrificios que demanda un movimiento en el que se compromete la tranquilidad pública y la vida misma de muchos de nuestros conciudadanos; pero el consejo de patriotas ilustres, de los grandes varones, de los hombres de bien, de todas las clases sociales, de todos los partidos, el voto íntimo de todas las provincias oprimidas, y hasta el sentimiento de los residentes extranjeros, nos empuja a la acción y sabemos que la opinión pública bendice y aclama nuestro esfuerzo, sean cuales fueren los sacrificios que demande.
El movimiento revolucionario de este día no es la obra de un partido político. Esencialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de círculo u hombre público alguno. No derrocamos el gobierno para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la voluntad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las instituciones de la república. El único autor de esta revolución, de este movimiento sin caudillo, profundamente nacional, larga, impacientemente esperada, es el pueblo de Buenos Aires que, fiel a sus tradiciones, reproduce en la historia una nueva evolución regeneradora que esperaban anhelosas todas las provincias argentinas.
El ejército nacional comparte con el pueblo las glorias de este día; sus armas se alzan para garantir el ejercicio de las instituciones. El soldado argentino es hoy día, como siempre, el defensor del pueblo, la columna más firme de la constitución, la garantía sólida de la paz y de la libertad de la república. La Constitución es la ley suprema de la Nación, es tanto como la bandera, y el soldado argentino que la dejara perecer sin prestarle su brazo, alegando la obediencia pasiva, no sería un ciudadano armado de un pueblo libre, sino el instrumento o el cómplice de un soberano déspota. El ejército no mancha su bandera ni su honor militar, ni su bravura, ni su fama, con un motín de cuartel. Sus soldados, sus oficiales y sus jefes han debido cooperar y han cooperado a este movimiento, porque la causa del pueblo es la causa de todos; es la causa de los ciudadanos y del ejército; porque la patria está en peligro de perecer y porque es necesario salvarla de la catástrofe. Su intervención contendrá la anarquía, impedirá desórdenes, garantizará la paz. Esa es su misión constitucional y no la tarea oscura, poco honrosa, de servir de gendarmería urbana para sofocar las libertades públicas.
El período de la revolución será transitorio y breve; no durará sino el tiempo indispensable para que el país se organice constitucionalmente. El gobierno revolucionario presidirá la elección de tal manera que no se suscite ni la sospecha de que la voluntad nacional haya podido ser sorprendida, subyugada o defraudada. El elegido para el mando supremo de la nación será el ciudadano que cuente con la mayoría de sufragios, en comicios pacíficos y libres, y únicamente quedarán excluidos como candidatos los miembros del gobierno revolucionario, que espontáneamente ofrecen al país esta garantía de su imparcialidad y de la pureza de sus propósitos.



Por la Junta Revolucionaria Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Mariano Goyena, Juan José Romero, Lucio V. López

viernes, 22 de mayo de 2009

Discurso de Ricardo Balbín por Cadena Nacional de Radio y Televisión -16 de marzo de 1976

Tengo conciencia cabal de la curiosidad, por no decir la expectativa, que despierta esta audición. Lo mismo habría ocurrido con cualquier hombre de la política argentina que estuviera en este sitio en que estoy yo. Porque creo que la expectativa no la determina la palabra: es la inquietud nacional, estas intensas y profundas preocupaciones.
Soy hombre de un partido político,es verdad. Pero en esta emergencia yo hablaré como un ciudadano de la República. Cargado de preocupaciones, que son las preocupaciones de mi país. Deseoso de servirlo. Sé que muchos pueden suponer que vengo aquí a decir palabras de agravio. Sé que otros pensaran que voy a decir palabras de protesta. Hace tiempo que estoy diciendo que hay que dejar el pasado atrás y mirar para adelante, no tanto por nosotros sino por una importante juventud argentina que espera. Tengo naturalmente que decir qué hicimos y por qué lo hicimos, pero no esperen que yo pronuncie palabras de condenación. En esta hora prefiero estar con Yrigoyen. Que en el instante de asumir sus grandes responsabilidades, cuando alguien le reclamara que sancionara, y aquel grande hombre que fue nuestro maestro dijo. ..Vengo a reparar y nada más. Es esta la motivación que me impulsa a llegar aquí. Es esta la necesidad que tenemos de decir lo que creemos. Naturalmente que he sido anunciado como presidente de la Unión Cívica Radical y, por lo tanto, en unos pocos minutos tengo que decir qué somos, de dónde venimos y lo que aspiramos toda la vida. Nacimos a la vida política al impulso de los grandes maestros nuestros: Alem, el soñador constante; Yrigoyen, el realizador, que hoy mismo, ante estas necesidades del país, lo cubren las pantallas de televisión. De él aprendimos una cosa esencial: Nada se hará, nada habrán de conseguir los argentinos si no tienen la capacidad de conjugar el verbo de la unión de los argentinos. Su lucha fue ésa. Cuando el país estaba negado, él buscó la participación del país, y toda su gente, y todos sus hombres. Porque comprendía que solamente la unión del pueblo soberano podía realizar un país en soberanía. Hemos sido consecuentes con la definición y el concepto, porque hace a nuestra vida y a nuestro modo de pensar. Hemos andado todos los años, muchos más años que todos los partidos argentinos, pero siempre iluminó esta gestión fundamental encontrar el conjunto argentino para su gran realización. En los turnos de gobierno que tuvimos cumplimos, el país vivió en paz. y en el último turno que tuvo el radicalismo, con el presidente Illia, dimos la gran lección de la comprensión. Nos fijamos en el hombre, su destino y sus derechos. No hay ninguno que pueda en la República levantar la mano declarándose perseguido. No hay ninguno en el país que pueda levantar su mano diciendo: "Yo fui sancionado injustamente ". Y sobre esa base, de respeto humano de los pueblos y del pueblo, iniciamos la tarea de lo que ahora se reclama urgentemente: la liberación nacional. Nosotros seguimos ese camino. Distintos acontecimientos y circunstañcias lo pusieron en rudas peleas y desencuentros. Lo hemos dicho muchas veces en todas partes: estaba distorsionada la República.
Y fue así interrumpido injustamente, arbitrariamente, aquel gobierno de bien nacional, de sentido profundo de su soberanía, de respeto supremo a la voluntad de su pueblo, de afianzamiento de un federalismo en crisis en la actualidad. Jugaban las provincias en ese tiempo con la jerarquía del viejo federalismo argentino. Nos tumbaron. En alguna parte del país están los responsables viendo el país de ahora. Será prudente que hagan un examen de conciencia. ¿Qué hicimos después ? Buscamos afanosamente en el país las coincidencias fundamentales. Dejamos mucho de lo nuestro en la búsqueda afanosa de coincidencias esenciales. Queríamos borrar definitivamente lo que distanciaba, lo que dividía. Nos encontramos con un milagro: Hombres de distintas expresiones políticas, las más rudas expresiones políticas del desencuentro, coincidimos en recuperar principalmente las instituciones del país, que son irrenunciables, y echar las bases de una importante coincidencia nacional. El pueblo se pronunció y fuimos derrotados. Ganaron los otros . ¿Qué ocurrió en el país de cosa nueva? ¿Qué acontecimiento notable llegaba a la República? La frase definitiva y corta: El que gana gobierna y el que pierde ayuda, esta es la escena del país. Se han dado todas las circunstancias. Frente a esta situación en que está la República, yo pregunto: ¿dónde está la culpa? Yo sé que hay mucha gente, algunas expresiones políticas, que por sacar dividendos circunstanciales nos dicen "los complacientes", o "los tolerantes", y nosotros no somos nada más que la oposición correcta. Cuya derrota no modifica sus procedimientos ni sus actos. Ahí está el Congreso de la República, donde se demuestra cómo y de qué manera la Unión Cívica Radical y otras expresiones políticas argentinas, por qué no decirlo, fueron fieles al pensamiento mayor de todos juntos, realizar el país. Estaba Perón en el gobierno y estas consignas empezaron a funcionar . Admito que no eran totales, que era el principio. Todo necesita un principio. Pero se hizo el diálogo de arriba para abajo y de abajo para arriba. Se enten- dieron en los niveles superiores las expresiones políticas argentinas. Lo comprendió el pueblo,. este maravilloso pueblo que tenemos. El se murió. Me toco a mí la oportunidad de despedirlo en nombre de distintas expresiones políticas argentinas ¿Qué dije entonces? Algunas palabras,. es verdad, Pero dije una que tenía un profundo significado, salía del fondo de mi alma, de la verdad de mis sentimientos: "Este viejo adversario despide a un amigo ". Los hombres que hablan, los que ocupan con frecuencia las tribunas saben cómo es, a veces, cuando se produce la expresión, como en un trasfondo se dibuja una imagen. Yo confieso que aquella mañana, cuando yo dije con sinceridad 'el viejo adversario despide a un amigo", se me imagina que todo el país juntaba sus manos y que todos se mezclaban. para nacer de aquella definición sencilla y cierta,. leal y sentida,. una definición para todos los tiempos'.

Las manos tomadas de todos los argentinos para realizar la obra que queremos todos los argentinos. ¿Qué pasa después? Ahí está el interrogante, la pregunta, y el país da la respuesta. No anduvo más. Hubo aislamiento. Un no comprender. Un no entender aquel mensaje que dijo que "el heredero era el pueblo ". Aquí una minoría se declaró heredera. Pero una minoría que no entendia el país, sino a sus propios intereses. Estas son las grandes fallas de este acontecimiento nacional. Estoy seguro de que aquella mañana empresarios, obreros, maestros. profesionales, todos se sintieron tocados seguramente,pienso yo, como que amanecía en el país después de largos desencuentros la posibilidad cierta, verdadera, de que podíamos los argentinos, todos juntos, sin declinar ninguna de sus convicciones, realizar la República de todos. Poner la soberanía de los argentinos en la gran confrontación de Latinoamérica. Se fue aislando el gobierno. Se fue empobreciendo el gobierno. Y hay que comprender, hay que comprenderlo definitivamente, que cuando se descompone el Estado se descompone la sociedad. No hay término medio Descompuesto arriba, como una vertical se van destruyendo las estructuras de la sociedad. Unión de los argentinos, dijo orgullosa y emoclanadamente la Convenciónde la Unión Cívica Radical, tan pronto como el esfuerzo de toda la ciudadanía recuperó las instituciones políticas. De allí, luego de argumentos fuertes y notables, terminó en la sintesis. Vamos en la búsqueda de la unión de los argentinos a la vieja manera de Alem o Yrigoyen. Vamos a ponernos de acuerdo los sectores populares del país para encontrar las soluciones prolijas y ciertas que determinen el quehacer nacional.

¿Quién puede decir en el país que no la servimos? Están los reiterados documentos del partido y está la gestión notable de nuestros legisladores en el Congreso, el Senado de la Nación, la Cámara de Diputados de la Nación. No se puede pretender que una minoría realice la obra. Porque es la minoría. Pero allí estaban las grandes mayorías, las que habían nacido al impulso de su fundador, el que enfermo y viejo llegó al país después de hacer notables exámenes de su propia conciencia. "No vengo a dividir, vengo a unir a los argentinos". ¿Quién lo interpretó? ¿Quién dice que tiene esta bandera? Si parece que en definitiva la hubiéramos conservado nosotros, los hombres de la Unión Cívica Radical, y otros hombres de distintos partidos políticos argentinos. Ahí está el Congreso de la República, en su primer año de legislación brillante. Cuando estaban conformadas las formas de la convivencia. de la concertación, y luego, el Parlamento que no funciona por la ausencia de los responsables de la mayoría. No es un cargo, es una realidad. No es una imputación, es la exhibición de una realidad del país que se toca con la mano, que todos la vemos. Yo he dicho que no vengo a imputar. Tomo la historia. Sus acontecimientos, sus modos. Para tener el derecho de decir que todo está naufragado. Unir la Nación. Buscar la unidad de los argentinos tiene un profundo significado. No es ponernos emocionados cuando se enarbola el símbolo de todos los argentinos, sino hacer honor al símbolo de los argentinos. Era una situación distinta y diferente, volábamos sobre los sectores, ninguno podía gravitar sobre el otro, ninguno podía ser más que el otro, todo era una conjunción. Todo debía de plasmarse con una consigna para el conjunto. No podía haber un sector industrial de allá y otro de acá. No podía repararse el ámbito gremial en contra de los otros factores de la producción. Había que orquestar el conjunto argentino,y aquello que se inició en la senda de las grandes definiciones. las emocionales definiciones, nos da el espectáculo de hoy. Todos divididos. Todos desencontrados . El egoísmo de la lucha de los sectores ha llegado hasta el delito. Los obreros de un lado, naturalmente reclamando la sensatez del salario cuyos aumentos se mueren de risa cuando son agotados a los quince minutos, antes ó después de haberlos anunciado. La empresa se ha transformado en una expresión unilateral, donde hay quien se funde, dunde hay quien se angustia y también hay quien se enriquece vorazmente creando una guerrilla distinta y diferente de la otra brutal que también tiene la República . Y cuando los sectores trabajan por su cuenta. Cuando no hay conciencia de la unidad nacional se da esta tremenda descomposición. Después de Perón, los gremios divididos. La fuerza del trabajo uniforme, cuya capacidad de acción se perfila en lo que el radicalismo quizo. Las centrales únicas del trabajo, pero del trabajo y no la parcialidad política, están en desencuentro. ¿Quién lo oculta en esta actualidad? La empresa dividida. anarquizado el mundo empresario. Porque a fuerza de querer gravitar uno u otro sector se pelearon en el fulgor. Se producen las discrepancias políticas, duras discrepancias políticas. Las que habíamos dicho que quedaban en el tiempo, borradas, para que desaparecieran las distorsiones. Están otra vez así, al atisbo. Errores o aciertos, para ver de qué manera cada uno se hace el beneficio personal y no el beneficio colectivo. Algunos suponen que yo he venido a dar soluciones, y no las tengo. Pero las hay. Es ésa. La unión de los argentinos para el esfuerzo común de todos los argentinos.
Ahí esta la guerrilla ¿Por que vino y quién la trajo? Poniendo en peligro el país y encendiendo una mecha en el continente americano. Nadie se preocupa de eso. Pero la destrucción por la violencia de la Argentina, la guerrilla intensificada en el país pasa las fronteras, y puede llegar el día en que, sin querer o queriendo, una generación joven con la que sueño, una genéración Joven para la que trabajo, encuentre convulsionado su país, amenazada su República. Por eso traigo nada más que una invitación Conozco todos los rumores. Sé de todas las inquietudes. Se conjugan los movimientos de las Fuerzas Armadas Argentinas, esas Importantes fuerzas argentinas. Las que soportaron todo, las que enterraban sus muertos y hablaban de las instituciones del país.

Estas Fuerzas Armadas que no vi nunca. Que están ahi defendiendo y sufriendo, ayer nomás, el atentado brutal, sumado a los otros atentados. ¿Por qué los argentinos vamos a hacer tantas cosas mal? ¿Por qué el gobierno no llama a su profunda reflexión, para que no se comprometa, para que mantenga ese prestigio necesario al país y al prestigio de la República? ¿Por qué somos tan torpes que no encontramos nosotros, los hombres de la civilidad, los caminos profundos del quehacer y del realizar? Puedo afirmar, porque conozco en verdad y en profundidad el pensamiento de muchos hombres de la política argentina, que la decisión de diálogo está abierta en todas las direcciones. He hablado con hombres de todos los matices y responsables de todos los matices. Hay un común denominador en la República, que quiera salvar estas contingencias nacionales, hay una voluntad juvenil que quiere colaborar en el esfuerzo de mantener las instituciones de la República, porque es el camino de la civilización, de la democracia de los argentinos. Hay tiempo todavía.Podría dar la seguridad, podría dar la seguridad, de que en horas nomás, en horas nomás, pero en horas tranquilas, podría reunirse el país, todo el paíspara encontrar las soluciones magistrales que no son nada más que las sencillas soluciones morales argentinas. Sabemos de la corrupción, del contrabando, de la destrucción comercial. Conocemos como se ha abusado de esta República. Sabemos que hay algunos países que consideran que está en liquidación. ¿Por qué no nos juntamos todos en una mesa, todos juntos, para esta emergencia? Que escuchen los titulares del gobierno. No ha habido una sola palabra que los ofenda y los agravie. Pero ha habido una conciencia moral que los llama a las grandes responsabilidades, a los gestos de grandeza, a la necesidad de mostrar a este país como es y como debe ser, y no esta chatura en que estamos viviendo, esta incertidumbre en que estamos moviéndonos. Este no saber si vuelve vivo el soldado que va a hacer su servicio, o si vuelve vivo el obrero o el joven que está en la universidad. No lo arreglará ningún sector por poderosos que sea. Lo hará el país, todo el país. Conozco el prestigio de todos, y conozco los delincuentes que fueron también un poco apañados por el gobierno. Pero las instituciones son válidas, y aun cuando parece no, que no son eficaces sirven, porque estando el Congreso de la República se pudo saber la existencia de delincuentes en el gobierno, y se buscaron las investigaciones, están los resortes vivos como para poder realizar la tarea profunda que reclaman los argentinos. Por eso desde aquí invoco al conjunto nacional. Para que en horas nomás, exhibamos a la República un programa, una decisión, un norte. Pero que se deponga la soberbia. Cuando se tratan de estas cosas, lo digo desde arriba para abajo, no hay que andar con látigos, hay que andar con sentidos morales de la vida. Este es mi llamado. No ha resuelto nada. No ha aliviado ninguna angustia. No ha dado remedio al que no lo tiene. Pero trae, por lo menos, esta voluntad, y esta decisión, y para los que creen que todo se derrumba, para los que creen que un sector del país puede llegar a resolver estos problemas, yo digo en nombre de la Unión Cívica Radical para ahora y todos sus tiempos: la bandera de la unión de todos los argentinos, la vida en paz, el trabajo remunerado, la empresa cierta, y, sobre todo, la defensa de las instituciones de la República, no serán abandonadas jamás por la Unión Cívica Radical. Hemos utilizado este pensamiento, este lenguaje y esta acción en todos los turnos de nuestra historia. Lo vamos a seguir haciendo. Podemos reconstruir hoy o no.

¿Tendremos que rehacer todo despues de la catastrofe? Puede ser que sí, pero al más incrédulo de estas concepciones, le afirmo: Si se esperan las ruinas, en las ruinas encontrarán una banderaNo se realizará el país sino sobre la base de la unión de los argentinos. Señoras y señores, pido disculpas. Vienen de lo hondo de mi pensamieto estas palabras que pueden no tener sentido, pero tienen profundidad y sinceridad. No soy muy amante de los poetas, pero he seguido un poeta de mi tierra,: todos los incurables tienen cura cinco minutos antes de la muerte . Argentinos de todos los rincones, civiles de todos los lugares, militares de todo el país, brigadieres y marinos, ¿para qué llegar a los últimos cinco minutos? ¿Por qué no estamos conjugando la ilusión de aquél poeta? Se acerca el angustiado, el enfermo, el desprotegido, todos los incurables que tienen cura cinco minutos antes de la muerte. Desearía que los argentinos, hoy, no empezáramos a hacer la cuenta de los últimos cinco minutos.

jueves, 21 de mayo de 2009

DISCURSO DE CRISÓLOGO LARRALDE COMO CANDIDATO A VICEPRESIDENTE (1954)

“Los radicales no le vamos a hacer al presidente una carrera demagógica. Nosotros no estamos contra el capital. Porque el capital como acumulación de dinero no es mas que acumulación de trabajo. El dinero no es mas que la traducción económica del valor del trabajo. El capital es necesario para financiar la producción y desarrollarla, tanto en los países de economía estatal como Rusia, como en los países de economía privada como Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Argentina, Etc. Pero estamos contra los excesos del capital. Es como si reconociéramos que siendo bueno el alcohol es funesto el alcoholismo. Nosotros sabemos que el capital, obediente a su ley constitutiva, no busca otra cosa que la ganancia, que coloca la obtención de la utilidad por encima de la moral, que cuando puede engrosarse honestamente lo hace y cuando no, lo hace lo mismo. El capital coloca la obtención de la utilidad y del beneficio por encima de la libertad, porque si puede acumular en libertad lo hace y si no, lo hace acomodándose con las dictaduras. Lo coloca por encima de la justicia y por encima del derecho, porque cuando puede realizar sus fines de crecimiento hipertrófico dentro del derecho y al amparo de la justicia, lo hace allí, pero cuando no, lo hace a pesar de la justicia y violando las leyes del derecho.
Nosotros conocemos la entraña dura de la bestia implacable que tiene el capitalismo y sabemos que los titulares del capitalismo, que son hombres como nosotros, conocen la tragedia de su propio destino. Ellos saben que no hay lugar mas frío, ni mas duro ni mas inhóspito que vivir durmiendo en vigilias angustiosas sobre montañas de oro, pero ellos saben que si cada uno de ellos se desposee de lo que tiene, no lograrían por ese medio la riqueza instantánea de las clases desheredadas.
Queremos entonces una revisión del ordenamiento capitalista. Queremos sacar el oro de la posición de símbolo augusto que le da esta civilización y poner en su lugar al hombre y trabajar todos por ese hombre que no pertenece a ningún partido, a ningún país, que el ser trabajador de todas las épocas., para hacerlo mas suyo, para darle mas salud, para hacerlo mas soberano, para hacerlo mas libre.
Queremos los radicales servir en esta lucha una causa de carácter extrapartidario; de carácter humano. Nadie piense que estamos recorriendo el país para hacer prosperar candidatos; nadie sea tan crédulo y tan ingenuo de pensar que estamos luchando por el éxito electoral de un partido, por las posiciones, por los cargos políticos, por lo que hay de personal en esta contienda.
Queremos que las palabras “revolución social” de que ha hablado el presidente de la República, se conviertan mediante nosotros en un hecho generoso y positivo para bien de todos. Queremos hacerlo sin sangre y sin rencores, como aquí se dijo, no a favor de un partido, si a favor de un pueblo; queremos anteponer a los privilegios económicos, el derecho del individuo, pero nada vamos a poder realizar, absolutamente nada, si primero no conseguimos el arma mas importante, que es el arma que todas las dictaduras niegan.
El marxismo dice: “La libertad es un prejuicio burgués”. El fascismo afirma “La libertad es un cadáver putrefacto en el Estado”. El peronismo dice “La libertad no sirve para comer”. Nosotros decimos que la libertad es lo único que sirve, que ha derecho de comer por el hecho de haber nacido; que hay derecho de comer para conservar la vida; para ennoblecerla con los actos de cada mañana y de cada tarde, pero no vivimos para comer, si no a la inversa. No pensamos en la libertad como el marxismo ni como el fascismo ni como el peronismo. Pensamos de la libertad acaso como podría pensar Dios.
Dadme al hombre en el corazón y en el cerebro, en los hijos que la vida le pone al lado; en la mujer que la vida y el amor le pone al flanco; en la madre que le ha puesto antes, en los nietos que van a venir después; una tremenda responsabilidad por aquella que se fue, por éstos que crecen y se multiplican; por aquellos que van a venir. Necesitamos para ser útiles, para se r hombres, para ser un valor, ser ante todo libres. Aquellos amigos que votaron bien al votar contra nosotros el 24 de febrero de 1946 –parece una paradoja- votaron bien porque creyeron que votaban su liberación económica y nadie puede condenar una aspiración tal; que se acerquen a nosotros para que con nosotros sientan la alegría de liquidar un sistema dictatorial para el bien de la República”

martes, 19 de mayo de 2009

Proclama revolucionaria del 4 de febrero de 1905

Manifiesto: La Unión Cívica Radical al Pueblo de la República

Ante la evidencia de una insólita regresión que, después de veinticinco años de transgresiones a todas las instituciones morales, políticas y administrativas, amenaza retardar indefinidamente el restablecimiento de la vida nacional; ante la ineficacia comprobada de la labor cívica electoral, porque la lucha es de la opinión contra gobiernos rebeldes alzados sobre las leyes y respetos públicos; y cuando no hay en la visión nacional ninguna esperanza de reacción espontánea, ni posibilidad de alcanzarla normalmente, es sagrado deber de patriotismo ejercitar el supremo recurso de la protesta armada a que han acudido casi todos los pueblos del mundo en el continuo batallar por la reparación de sus males y el respeto de sus derechos.
Sustanciar aquí las causas que determinan esta suprema resolución, sería suponer que la Nación no está compenetrada de ellas.
Son tan profundas que, si no han tronchado su porvenir, han malogrado al menos su vitalidad en uno de los períodos de mayor actividad y de más franca expansión.
La moral y el carácter, esos atributos con que Dios ha iluminado el universo revelando al hombre que sobre su frente lleva un rayo de divinidad, parece que no inspiran ni fortifican el espíritu de la Nación, cuando los gobernantes pueden inferirle los agravios que es penoso constatar una vez más, al reproducir el esfuerzo reivindicatorio.
Difamada la República en todos los centros del mundo, el descrédito seguirá latente y pasará a los anales de su vida, sin que sea dado precisar cuánto daño le habría ocasionado, ni cuándo retornará a la plena seguridad de su prestigio.
Agotada y perturbada durante el mejor desarrollo de sus energías, ya no recuperará la vida perdida, cualquiera que sea el acrecentamiento futuro. Desmoronado íntegramente su organismo político, será obra premiosa del concurso y de la solidaridad nacional levantarlo en todo su imperio, renovando e inculcando la enseñanza de sus principios y acentuándolo en los hechos por su recta aplicación y funcionamiento.
Es ésta una severa lección para no consentir las desviaciones de los gobiernos, dejándolas impunes, porque se hacen irreparables y asumen el carácter de responsabilidades colectivas, infiriendo a la sociedad males que no debió sufrir o privándola de beneficios que debió alcanzar.
Todo ha sido conculcado desde su cimiento hasta su más alta garantía. El sufragio, condición indispensable de la representación electiva, ha sido falseado primeramente y simulado por fin, con intermitencias de sangrientas imposiciones.
La vida comunal, la más directa demostración de las libertades públicas, la primera escuela político-social y una de las bases de nuestra organización, ha sido sucesiva e implacablemente menoscabada en su prestigio y en su eficiencia, hasta quedar suprimida, aún en esta Capital, centro de gloriosas conquistas humanas por ley fundada en la agraviante ironía de su notoria incapacidad de practicarla.
Mediante un sistema de punibles irregularidades, las provincias han sido convertidas en meras dependencias administrativas. Los gobernadores invisten y ejercen la suma de los poderes, y a su vez se posternan ante el Presidente de la República, quien por el hecho de serlo adquiere prepotencia tan absoluta que todos, hasta el Congreso y las legislaturas, se someten incondicionalmente a su voluntad para afianzarse en el cargo que detentan, retomarlo si lo han perdido o conseguirlo si lo aspiran.
Las constituciones, para cuya revisión las sociedades bien dirigidas buscan las horas tranquilas y concurrentes de la opinión, has sido rehechas y deshechas al arbitrio de los gobernantes, no para ampliar los derechos o darles más garantías, sino para restringirlos o falsearlos, arrogándose mayores poderes y extendiendo sin necesidad el enorme personal administrativo. En cambio, no se han cumplido muchos de los más fecundos preceptos que ellas consagran, como medios conducentes y eficaces para la mejor legislación y el bienestar de los pueblos.
La verdad y la eficacia de la doctrina que tiene por base el gobierno del pueblo por el pueblo reside en el grado de libertad con que la función electiva se realiza. Sin ésta no hay mandato sino usurpación audaz, y no existe vínculo leal alguno entre la autoridad y el pueblo que protesta. Las demás instituciones que se fundan en el hecho de esa representación y están destinadas a recibir su calor, quedan anuladas y mutiladas en su verdad y energía.
Desde la justicia y la instrucción, tan primordiales como fundamentales, hasta el ejército y las finanzas, todos los centros y ramas del gobierno están en el caos, acusando descenso moral, incompetencia y abandono de los más importantes intereses de la Patria. Las cátedras, las magistraturas, la dirección de los institutos científicos, la jefatura de las reparticiones y, en una palabra, todos los cargos públicos, se conceden a los cortesanos con prescindencia de integridad y de ilustración. La labor administrativa se traduce en obra inorgánica y destructora, en la contradicción permanente de las iniciativas más opuestas, mientras quedan sin solucionarse los grandes problemas del bienestar nacional.
En el derroche irresponsable y sin contralor, se ha disipado la riqueza del país con la cual estaríamos en condiciones de abordar con éxito la ejecución de las obras públicas que la civilización impone. Gravita sobre el país, comprometiendo su presente, el peso de una deuda enorme, de inversión casi desconocida, que pasará a las generaciones futuras como herencia de una época de desorden y de corrupción administrativa. El presupuesto es ley de expoliación para el contribuyente, de aniquilamiento para la industria, de traba para el comercio y de despilfarro para el gobierno. El pueblo ignora el destino real de las sumas arrancadas a su riqueza, en la forma de impuestos exorbitantes, porque el Congreso no cumple el deber de examinar las cuentas de la Administración para hacer efectivas las responsabilidades emergentes de los gastos ilegales y de la malversación de los dineros públicos.
La población permanece casi estacionaria, siendo evidente que cuando menos debiéramos constituir un Estado diez veces millonario, fuerte y laborioso, con personalidad respetada en el mundo trabajando en paz y libertad la grandeza de la Patria.
Tan absolutas son las absorciones del poder, que no existen leyes ni garantías seguras; y tan profunda es la depresión del carácter que, dentro del régimen, no hay conciencia que resista, ni deber que no se abdique ante la voluntad del presidente o del gobernador.
El predominio de esa política egoísta y utilitaria, que mantiene sistemáticamente clausurado el camino de las actuaciones dignas, ha esterilizado las mejores fuerzas del carácter y de la inteligencia argentinas. Han sucumbido, las unas en el esfuerzo de la lucha activa, en la protesta contra el régimen; se han rendido, otras, víctimas del descreimiento o falta de valor cívico, y se extinguen las más en el ostracismo de la vida pública, impedidas de prestar a la Nación el servicio de su patriotismo y de sus luces.
Hemos pasado por las más graves inquietudes internacionales, que debiendo ser un accidente, han sido una preocupación de años para concluir desprestigiándonos en Sud América, y modificando la historia y la carta geográfica argentina.
La personalidad moral de la Nación ha sido reducida. Debíamos haber asumido ya una significación doblemente importante en el escenario del mundo y estamos aún confundidos entre las Repúblicas subalternas e inorgánicas de América, expuestos a sufrir las consecuencias de las sociedades que por no desenvolverse paralelamente al deber y al progreso, se ven forzadas a buscar su regeneración en la crisis de dolorosas conmociones.
La inmoralidad trasciende del conjunto de la obra administrativa, y contadas serían las reparticiones públicas que, ante un rápido examen, no pondrían al descubierto irregularidades de las más impúdicas. ¡Qué sería si se practicara una investigación severa con ánimo de hacer justicia!
Todo esto es la obra de un régimen funesto que pesa ignominiosamente sobre el país, que domina el gobierno de las provincias y tiene a la cabeza al presidente de la República que, siendo el más alto representante de su voluntad, es también su omnipotencia salvadora. Por eso ha resistido hasta ahora los reiterados esfuerzos de la opinión.
Ante su predominio, todos los preceptos morales han sido escarnecidos, se han rendido los hombres y han claudicado los partidos. No ha quedado una frente prominente, una corporación austera, un centro altivo de enseñanza donde el espíritu público pueda acudir a recibir una sana idea o una justa inspiración.
No ha podido surgir en la República un núcleo de hombres de Estado, representativos y caracterizados, tales como los que tuvo hasta que se inició la descomposición, porque, impedido el digno ejercicio de la vida pública, se ha hecho imposible que se formen con las virtudes, la autoridad y la experiencia que deben tener para constituir una garantía y una fuerza social.
Los partidos políticos son meras agrupaciones transitorias, sin consistencia en la opinión, sin principios ni propósitos de gobierno. Desprendidos los unos del régimen que domina al país, procedentes los otros de defecciones a la causa de su reparación, el anhelo común es la posesión de los puestos públicos. El tono de su propaganda se ajusta a la posibilidad de obtenerlos, a las promesas hechas o a las esperanzas desvanecidas, incurriendo en la incongruencia de las críticas y de los aplausos en la confusión de la protesta y de la alabanza por los mismos actos, y hacia los mismos hombres en igualdad de situaciones y procedimientos. La oposición pierde así sus condiciones esenciales para el bien público, se convierte en escuela perniciosa y perturbadora y en un exponente de la depresión general.
Se han anticipado los vicios y complicaciones de las sociedades viejas; la clase obrera desatendida hasta en las más justas peticiones, forma con sus reclamos un elemento de perturbación económica y genera graves problemas, que el gobierno ha debido prever y resolver oportunamente; en el orden intelectual, se comprueba la ausencia de hombres de ciencia, jurisconsultos, oradores, y si existen, es para extinguirse en silencio, faltos de escenario y de estímulos; se han subvertido, en fin, los conceptos de honor nacional, de dignidad personal, de cuanto hay de grande y de noble en las sociedades que conservan el culto por los ideales que ensanchan los horizontes de la existencia. Es un ocaso, en el que cada día la regeneración moral retrocede y se aleja.
Tal es, en conjunto, la intensidad del desastre, sin analizar sus múltiples subversiones. Es una vorágine, que ha llevado por delante todo lo que no ha tenido energías bastante para resistirla, causando estragos tan grandes que el pensamiento no puede precisarlos y definirlos, aunque los abarque en la realidad de lo que está a su alcance.
Vivificados en todo el territorio por la fecundidad de una naturaleza exuberante en las distintas producciones del mundo, procedentes de una cuna que nos enorgullecerá siempre, emancipados al empuje de los más heroicos sacrificios, generaciones sucesivas de eminentes ciudadanos, en medio de las angustias y de los esplendores de la lucha por la independencia y la organización, establecieron para presidir la sociedad argentina los adelantos de la civilización moderna y los principios más avanzados de gobierno.
Bastará recordar esos antecedentes, fijar el pensamiento en la razón que nos señala predestinados a ser el centro de poderosos agrupaciones humanas, y acaso el punto de partida de la renovación del mundo; bastará dirigir la vista hacia esa alta cumbre del pasado glorioso, volverla hacia esa otra cima de los grandes destinos del porvenir, y luego mirarnos en el llano en diminuta proporción, habiendo perdido autoridad moral y gran parte de riqueza en el desenfreno de la orgía gubernativa; bastará eso para reconocer con amargura que en la primera centuria de vida independiente hemos fracasado ante nuestra propia conciencia, ante la historia y ante el mundo entero, defraudando el voto y las inspiraciones de los que nos dieron Patria.
Ante la magnitud de este crimen, de esta fatalidad sin reparo, consumado en la época del trabajo, de la independencia y de las múltiples conquistas del espíritu humano, cuando hombres y capitales afluían de todas partes a poblar y fecundar el país, sus causantes son más que reos de lesa patria: son todo y no son nada, porque en presencia de la enormidad del agravio, sus responsabilidades son un sarcasmo, sus protestas de regeneración una blasfemia, y el progreso de que blasonan una iniquidad.
El régimen ha subsistido, consolidándose al amparo de la política del acuerdo, que fue una defección a terminantes promesas reaccionarias y malogró la reivindicación a punto ya de conseguirse traicionando deberes patrióticos, en cambio de posiciones oficiales.
Nunca pensamiento más pernicioso penetró en causa más santa, disgregó las fuerzas de la Unión Cívica, llevó a los unos a solidarizarse y coparticipar en la obra oprobiosa del pasado, e impuso a los otros el deber de la actitud inquebrantable y digna en que hasta el presente se mantienen, defendiendo la integridad de la causa.
Esa política, al dar patente de indemnidad a los grandes culpables, ha aumentado los males y los agravios que en 1890 provocaron la protesta del país, atacado en su honor, en sus instituciones y en el libre desenvolvimiento de sus riquezas. A todos los que entonces existieron, y que subsistiendo se han hecho más intensos, deben agregarse hoy los que ella ha causado, y los procedentes de la desaparición prematura de tantos ciudadanos austeros, que sirvieron con entereza la causa de la reparación nacional, que hoy serían la mejor esperanza de la República y un baluarte contra la corrupción que avanza.
La República ha tolerado silenciosa estos excesos, en horas de incertidumbre, ante el peligro de complicaciones internacionales, llevando la abnegación hasta el sacrificio, en homenaje a su solidaridad y con la esperanza de ver cumplida la promesa tantas veces reiterada de una reacción espontánea, que eliminara la necesidad de una nueva conmoción revolucionaria. En el estado actual no es posible abrigar esa esperanza sin incurrir en un error irreflexivo. El Congreso y las instituciones provinciales son las mismas. La Presidencia no ha mejorado sus títulos por el hecho de haber asumido el mando y solidarizada, moral y materialmente, con el régimen que la ha consagrado, carece de autoridad para iniciar la reacción, y de medios para realizarla.
El carácter de funcionario público representativo no se adquiere por los programas que se formulan, sino por la legalidad integral del mandato que se inviste. Osado sería quien se presentara contrario a los anhelos, intereses y sentimientos colectivos, y total inexperiencia revelaría, si no se refiriera a ellos cuando siente llegar hasta la altura de la posición usurpada el eco de la protesta pública. En tan vanas y falaces promesas, constantemente expresadas y jamás cumplidas, sólo pueden creer los que, deliberadamente, quieran cohonestar con ellas, o los que no consideran las cosas en su realidad y esencia. De los efectos no deben esperarse sino las consecuencias de las causas de que emergen; y es funesto error anatematizar el delito en su elaboración, y luego de consumado, acordarle sanción legal y aun justificarlo, atribuyéndole virtudes y energías benéficas.
La República no podrá olvidar que los ciudadanos que hoy dirigen sus destinos son los mismos que en 1893 avasallaron las cuatro provincias que habían reasumido su autonomía, ahogaron sus libertades, próximas ya a alcanzar su dominio, encarcelaron y desterraron a los más distinguidos ciudadanos del país con lujo odioso de arbitrariedad y de vejámenes.
Connaturalizados con el teatro en que se han desenvuelto, no es posible esperar de ellos severos conceptos morales y altas inspiraciones cívicas. No se efectúan en el espíritu humano cambios tan radicales que permitan pasar del escepticismo, del descreimiento y de la corrupción política en que se ha vivido, a una acción reparadora, destinada, precisamente, a destruir el sistema del que se ha sido instrumento o servidor. La hipótesis que pueda hacerse en esa forma y por esos medios, supondría la relajación y la rendición de las fuerzas morales de la República. Pregonarlo, no es sino estimular una lucha de veleidades y de tendencias personales, encaminada a dar preponderancia, dentro del régimen, a los que suben sobre los que bajan. Esta lucha de predominios es el drama eterno de la vida de las sociedades, pero, arriba de ella, están los intereses de la República que debe hacer efectivas las responsabilidades con una concepción absoluta de justicia.
Entre el último día del oprobio y el primero del digno despertar, debe de haber una solución de continuidad, una claridad radiante, que lo anuncie al mundo y lo fije eternamente en la historia. Esperar la regeneración del país de los mismos que lo han corrompido, pensar que tan magna tarea pueda ser la obra de los gobiernos actuales de la República y de la Presidencia surgida de su seno, sería sellar ante la historia y sancionar ante el mundo veinticinco años de vergüenza con una infamación, haciendo del delito un factor reparador, el medio único de redimir el presente y salvar el futuro de la Nación.
Esta tarea requiere escenario y factores nuevos, porque las acciones humanas realizadas en un medio extraño a sus móviles, resultan inocuas o contraproducentes; exige una gran cohesión moral, un sólido vínculo de civismo, el concurso de la voluntad nacional, y reclama un ambiente de justicia y de independencia de espíritu en el cual puedan desenvolverse ampliamente todas las capacidades, y bajo cuya influencia, hasta que sean posibles las reacciones de los hombres, por la modificación de las ideas y de los procedimientos.
Los primeros actos del nuevo gobierno evidencian la exactitud de estos juicios: el Congreso se ha clausurado, sumisamente, con injuria a las instituciones y grave daño para importantes intereses, sancionando sin estudio un presupuesto enorme, porque así lo impuso la política presidencial, realizando un acto sin precedentes que habría sido bastante en una situación regular para causar la crisis del Ejecutivo. Los gastos fuera de ley forman como antes un presupuesto extraordinario que nadie vota ni controla; los cargos públicos se adjudican en premio de servicios electorales, sin espíritu de justicia; y las concesiones y dádivas continúan incorporadas a las prácticas administrativas. En el orden político se asiste exactamente a la reproducción de los procederes del pasado, y como obra de gobierno a la onerosa destrucción de lo existente, sin beneficio alguno.
La Unión Cívica Radical, que es fuerza representativa de ideales y de aspiraciones colectivas, que combate un régimen y no hombres, no puede, pues, declinar de su propósito ni arriar su bandera. Cumple las decisiones de sus autoridades directivas y responde a las exhortaciones de todos sus centros de opinión. Va a la protesta armada venciendo las naturales vacilaciones que han trabajado el espíritu de sus miembros, porque contrasta e indigna, sin duda, el hecho de que un pueblo, vejado en sus más caros atributos e intensamente lesionado en su vitalidad, tenga aún que derramar su sangre para conseguir su justa y legítima reparación. Pero el sacrificio ha sido prometido a la Nación: lo reclaman su honor y su grandeza, y lo obligan la temeraria persistencia del régimen y la amenaza de su agravación. Se efectúa sin prevenciones personales, inconcebibles dentro del carácter del movimiento, y extraños a la índole moral de los que lo dirigen, con derecho a sustraerse a estas agitaciones, escudados en el antecedente de una larga y fatigosa labor cívica.
La revolución la realiza únicamente la Unión Cívica Radical, porque así lo marca su integridad y lo exige la homogeneidad de la acción; pero es por la Patria y para la Patria. Ese es el sentimiento que la inspira y ésa es la consigna que lleva cada uno de sus soldados. En ese concepto, solicita el concurso de cuantos quieran contribuir con su esfuerzo a la obra de la reparación. Los principios y la bandera del movimiento son los del Parque, mantenidos inmaculados por la Unión Cívica Radical, la que bajo sus auspicios promete a la República su rápida reorganización, en libre contienda de opinión ampliamente garantizada, a fin de que sean investidos con los cargos públicos los ciudadanos que la soberanía nacional designe, sean quienes fueren. Los únicos que no podrán serlo, en ningún caso, son los directores del movimiento, porque así lo imponen la rectitud de sus propósitos y la austeridad de su enseñanza.
La importancia de los elementos acumulados permite abrigar la esperanza de que la prueba será lo menos sensible. La Unión Cívica Radical rechaza, en absoluto, todo daño anterior y posterior, no aceptando sino el indispensable en el momento de la acción, y eso, como deber imperioso y como el sacrificio más grande que pueda hacerse por la tierra en que se ha nacido. Lo afrontamos, íntimamente poseídos de que asistimos a la fecunda obra de reparación de la República, en toda su plenitud, para encaminarse por los senderos permanentes de su grandioso destino.


Hipólito Yrigoyen
Obtenido de
"
http://es.wikisource.org/wiki/Proclama_de_la_Revoluci%C3%B3n_de_1905_(Argentina)"

viernes, 15 de mayo de 2009

Testamento Político de Leandro N. Alem – 1 de Julio de 1896

He terminado mi carrera, he concluído mi misión…Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí! Que se rompa pero que no se doble.
He luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos, pero mis fuerzas -tal vez gastadas ya- , han sido incapaces para detener la montaña…y la montaña me aplastó…!
He dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir a un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado…y para vivir inútil, estéril y deprimido es preferible morir!
Entrego decorosa y dignamente lo que me queda, mi última sangre, el resto de mi vida!
Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles, las causas, y los propósitos de mi acción y de mi lucha -en general- , en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto será una desgracia que yo no podré ya sentir ni remediar.
Ahí está mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo que me dicta estas palabras ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado y reflexionado mucho, en un solemne recogimiento.
Entrego, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente.
En estos momentos el partido popular se prepara para entrar nuevamente en acción, en bien de la patria.
Esta es mi idea, éste es mi sentimiento, ésta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie; yo mismo he dado el primer impulso, y sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales.
¡Adelante los que quedan!
¡Ah! Cuánto bien ha podido hacer este partido si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores…¡No importa! Todavía puede hacerse mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra. ¡Deben consumarla!.
LEANDRO N. ALEM
Buenos Aires, Argentina, el 1 de julio de 1896

jueves, 14 de mayo de 2009

Discurso de Raúl Alfonsin 27/10/1983 - Plaza de la República

, Argentinos: Se acaba… se acaba la dictadura militar. Se acaban la inmoralidad y la prepotencia. Se acaban el miedo y la represión. Se acaba el hambre obrera. Se acaban las fábricas muertas. Se acaba el imperio del dinero sobre el esfuerzo de la producción.
Se terminó, basta de ser extranjeros en nuestra tierra.Argentinos, vamos todos a volver a ser los dueños del país. La Argentina será de su pueblo. Nace la democracia y renacen los argentinos.
Decidimos el país que queremos; estamos enfrentando el momento más decisivo del último siglo.
Y ya no va a haber ningún iluminado que venga a explicarnos cómo se construye la república. Ya no habrá más sectas de “nenes de papá”, ni de adivinos, ni de uniformados, ni de matones para decirnos lo que tenemos que hacer con la patria.
Ahora somos nosotros, el conjunto del pueblo, quienes vamos a decir cómo se construye el país. Y que nadie se equivoque, que la lucha electoral no confunda a nadie; no hay dos pueblos. Hay dos dirigencias, dos posibilidades. Pero hay un solo pueblo.
Así, lo que vamos a decidir dentro de cuatro días es cuál de los dos proyectos populares de la Argentina va a tener la responsabilidad de conducir al país. Y aquí tampoco nadie debe confundirse. No son los objetivos nacionales los que nos diferencian sino los métodos y los hombres, para alcanzarlos.
No es suficiente levantar la bandera de justicia social, hay que construirla y hacer que permanezca. Las conquistas pasajeras, frágiles, las borran de un plumazo las dictaduras. Y entonces, es el pueblo el que paga los errores de los gobiernos populares.
No puede haber más equivocaciones. Hay que saber gobernar a la Argentina. Éste no es un tiempo para improvisar, para debilitarse en luchas internas. Hay demasiado trabajo que hacer para que se carezca de la unidad de mano necesaria para enfrentar todos los problemas que nos deja la dictadura.
No alcanza declamar la libertad. Hay que tener historia de libertad para poder asegurarla. Si no, vuelve el silencio, la represión y el miedo.
Lo que vamos a decidir es cuál de los dos proyectos populares está en mejores condiciones de lograr la libertad y la justicia social sin retrocesos, para éstas y las próximas generaciones de argentinos.
Los más altos dirigentes justicialistas han dicho que las elecciones no las ganará ningún candidato sino que las va a ganar Perón, así como el Cid Campeador venció muerto una batalla.
Me pregunto, como se preguntan millones de argentinos, entonces, ¿quién va a gobernar en la Argentina? Y me lo pregunto al igual que millones de argentinos, porque todos recordamos muy bien lo que ocurrió cuando murió Perón.En ese momento, se produjo una crisis de autoridad que ocasionó grandes daños al país. En esos años, hubo quienes tomaron decisiones desacertadas, hubo quienes actuaron irresponsablemente, hubo quienes precedieron con buena voluntad y hubo quienes lo hicieron de manera criminal. Pero lo cierto es que sucedía algo más importante: nadie sabía realmente quién gobernaba en verdad a la Argentina. La crisis de autoridad creada por la muerte de Perón, al no poder ser resuelta por el partido gobernante, colocó a la Nación más allá de la voluntad, e incluso de la buena voluntad, de los que deseaban fervientemente consolidar un gobierno popular al servicio del pueblo.
Asistimos entonces a un caos económico, al desorden social y a la escalada de la violencia. El llamado Rodrigazo inauguró hiperinflación y la especulación más desenfrenada. Esta inflación galopante, desatada en junio de 1975, implicó un despojo cotidiano sobre todos los salarios. La reacción justa e inevitable de los trabajadores ahondó un creciente desorden social.
Entretanto, la acción de las Tres A, desplegada con toda intensidad e impunidad, había suscitado un clima de violencia generalizada. Sobre este telón de fondo, en medio del caos económico y el desorden social, nos vimos envueltos en un juego enloquecido de terrorismo y represión que se fue ampliando de manera incontenible.
Nadie podrá reprochar jamás al radicalismo haber echado leña al fuego en esos años de desorientación y crisis. El radicalismo no intentó aprovecharlos en su favor sino que puso todo su esfuerzo para que se mantuvieran las instituciones de la república.
Pero la crisis de autoridad suscitada por la muerte de Perón resultó inmanejable y tuvo consecuencias trágicas. La más evidente, que todos sufrimos, fue la de ofrecer el pretexto esperado por las minorías del privilegio para provocar el golpe de 1976 y sumir a la Nación argentina en el régimen más oprobioso de toda su historia.
Vinieron con el pretexto de terminar con la especulación y desencadenaron una especulación gigantesca que desmanteló el aparato productivo del país, empobreció a la inmensa mayoría de los argentinos y enriqueció desmesuradamente a un minúsculo grupo de parásitos.
Vinieron con el pretexto de evitar la cesación de pagos ante el extranjero y endeudaron al país en una forma que nadie hubiera podido imaginar y sin dejar nada a cambio de una deuda inmensa.
Vinieron con el pretexto de eliminar la corrupción y terminaron corrompiendo todo, hasta las palabras más sagradas y los juramentos más solemnes.
Vinieron con el pretexto de restaurar la tranquilidad y se ocuparon de imponer el temor a la inmensa mayoría de los argentinos.
Vinieron con el pretexto de instaurar el orden y acabar con la violencia y desataron una represión masiva, atroz e ilegal, acarreando un drama tremendo para el país, cavando un foso de sangre deliberadamente, impulsado por algunos grupos privilegiados con el designio de enfrentar definitivamente a las Fuerzas Armadas con el pueblo argentino a fin de entorpecer o impedir la vialidad de cualquier futuro gobierno popular.
Vinieron con el pretexto de imponer la paz e incitaron a la guerra, hasta que, usando las aspiraciones más legítimas y sentidas por todos los argentinos, se embarcaron irresponsablemente en el conflicto de las Malvinas.
Nadie puede imaginar que sea responsable de estas tragedias la masa de hombres y mujeres argentinos que creían en Perón. Por el contrario, ellos, como la inmensa mayoría de los argentinos, han sido las víctimas de tales males.
Pero sería irresponsable no reconocer que la crisis de autoridad que siguió a la muerte de Perón desembocó en una situación inmanejable para el partido entonces gobernante. Así cundieron el desconcierto y el descreimiento y se dejó el campo libre para la aventura del régimen militar y los intereses espurios, de adentro y de afuera, que se encaramaron en el poder.
Es una lección amarga que los argentinos no podemos ni debemos olvidar porque, si no, las desgracias volverán a repetirse. Detrás de esa lección hay otra más profunda que tampoco deberemos olvidar. La crisis de autoridad que se vivió al morir Perón abrió una disputa por el poder en la que predominaron la prepotencia y la violencia. Pero con la prepotencia y la violencia no hay gobierno posible para el pueblo argentino: con ellas sólo se benefician los pequeños grupos que las manejan mientras casi todos los argentinos se perjudican. Peor aún: por ese camino corremos el peligro de quedarnos sin país.
Porque la violencia y la prepotencia son las que nos impiden construir. Es la violencia alternativamente ejercida por unos y otros grupos minoritarios, ya sea la violencia física, económica, social o política, la que nos obliga a comenzar siempre de nuevo, la que viene a destruir lo que a duras penas levantamos un día y nos fuerza a empezarlo otra vez al día siguiente. ¿Qué industria vamos a tener si cada dos o tres o cuatro años las fábricas se cierran y pasan otros tantos años para abrirlas otra vez y recomenzar casi de cero? ¿Qué sindicatos vamos a tener si los trabajadores se ven entorpecidos desde afuera o desde adentro para construirlos y perfeccionarlos a través del tiempo por su libre decisión, ejerciendo con pasión pero con tranquilidad la crítica que permite corregir errores y mejorar las cosas? ¿Qué educación vamos a tener si la intolerancia y la prepotencia llevan periódicamente a echar maestros y profesores, a cerrar aulas y laboratorios, a destruir una y otra vez en pocos días lo que tanto trabajo y tantos años cuesta levantar en cada ocasión? Y así podríamos seguir con cada tema, con cada actividad. ¿Cómo nos vamos a quedar inermes ante los intereses extranjeros si destruyéndonos una y otra vez a nosotros mismos somos incapaces de fortalecernos?
Los argentinos, casi todos los argentinos, tenemos en nuestra boca el amargo regusto de trabajar en vano, de arar en el mar porque periódicamente asistimos a la destrucción de nuestros esfuerzos.
Y todo esto ocurre porque el poder que se puede obtener con la violencia y la prepotencia sólo sirve para lo que ellas sirvan, es decir para destruir. Es poco o nada lo que se puede construir con la violencia y la prepotencia. Y así es como está nuestra desgraciada Nación.
La crisis de autoridad sólo será resuelta restableciendo la autoridad, es decir la capacidad para conciliar, la aptitud para convencer y no para vencer.
Tendremos autoridad porque seremos capaces de convencer, porque estamos proponiendo lo que todos los argentinos sabemos que necesitamos: la paz y la tranquilidad de una convivencia en la que se respeten las discrepancias y en la que los esfuerzos para construir que hagamos cada día no sean destruidos mañana por la intolerancia y la violencia.
Proponerse convencer sólo tiene sentido si estamos dispuestos también a que otros nos puedan convencer a nosotros, si aseguramos la libertad y la tolerancia entre los argentinos. Proclamamos estas ideas no sólo porque nos parecen mejores, sino –y sobre todo– porque sabemos que constituyen el único método para que los argentinos nos pongamos a construir de una vez por todas nuestro futuro. Esto es, simplemente, la democracia.
Y cuando denunciemos a quienes proponen, de uno u otro modo, perpetuar la violencia, la prepotencia o la intolerancia como método de gobierno, no queremos ni nos importa denunciar a una o varias personas determinadas. Lo que nos preocupa, y lo que nunca dejará de preocuparnos, es impedir que ese método destructivo siga imperando en nuestra patria, que siga aniquilando los esfuerzos de todos los argentinos, que siga condenándonos, como nos condenó hasta ahora, a ser un país en guerra consigo mismo.
Hay quienes creen, por tener demasiado metida dentro de sí mismos la prepotencia, o por soñar con soluciones mágicas e inmediatas, que ser tolerantes es ser débiles. Se confunden por completo. Para ser tolerantes y para hacer imperar la tolerancia se requiere mucho más firmeza que para ser prepotentes.
En primer lugar, se necesita firmeza consigo mismo para no caer en la tentación de abusar del propio poder. ¡Cuánto mejor estaríamos hoy sí en las Fuerzas Armadas hubiera existido el buen criterio, el correcto criterio de usar las armas que el pueblo les entregó para defenderlo eficientemente contra las Fuerzas Armadas de otros países y no para ocupar el gobierno de la república!
¿Cuánto mejor estaríamos si casi todos los gobiernos no hubieran cedido a la tensión de declarar el estado de sitio –medida excepcional y extrema según la Constitución– para vencer sus dificultades en vez de procurar convencer a la población, aceptar sus críticas y garantizar el reemplazo pacífico de los gobernantes.
Pero también se requiere mucha firmeza para impedir, de una vez por todas, que vuelvan a triunfar los profetas de la prepotencia y de la violencia. Después de las desgracias que sufrimos, el pueblo argentino entero habrá de impedirlo. Nunca más permitiremos que un pequeño grupo de iluminados, con o sin uniforme, pretenda erigirse en salvadores de la patria, mandándonos y pretendiendo que obedezcamos sin chistar. Porque sabemos que sólo podremos levantarnos de estas ruinas que nos oprimen mediante el esfuerzo libre y voluntario de todos, mediante el trabajo oscuro y cotidiano de cada uno. Ningún obstáculo será insuperable frente a la voluntad inmensa de un pueblo que se pone a trabajar si cerramos definitivamente el camino a la prepotencia y la violencia y la destrucción con las que nos amenazan.
Estas ideas constituyen nuestra primera propuesta básica: que sea claro el método con el que vamos a construir nuestro propio futuro, el método de la libertad y de la democracia.
Nuestra segunda propuesta fundamental, además del método con el que actuaremos, señala el punto de partida del camino que nos propondremos recorrer: el de la justicia social.
Es innecesario reiterar la gravedad de la situación actual del país, la peor de toda su historia. Pero sí es un deber de todos entender que hay quienes sufren más que otros. Nuestro punto de partida, que sabemos compartido por la inmensa mayoría de los argentinos, apela a un formidable esfuerzo de solidaridad y fraternidad con los que están más desamparados, con los que más necesitan entre todos los que necesitan. Vamos a construir el futuro de la Argentina y comenzaremos por construirlo ya mismo para quienes menos tienen.
Es por eso que yo hice un solo juramento: no habrá más niños con hambre entre los niños de la Argentina. Esos niños que sufren hambre son los más desamparados entre los desamparados y su condición nos marca con un estigma que debe avergonzarnos como hombres y como argentinos.
Nuestra apelación a la fraternidad y la solidaridad entre los argentinos es mucho más que un impulso ético. Hay en ella un propósito político en el sentido más profundo de la palabra.
Porque la riqueza de un país no está en su territorio ni en sus bienes, ni en sus vacas ni en su petróleo: está en todos y cada uno de sus habitantes, en todos y cada uno de sus hombres y mujeres. Es el trabajo, la capacidad de creación de los seres humanos que lo habitan, lo que da sentido y riqueza a un país.
Por eso, cuando nos proponemos privilegiar el mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores más postergados, estamos proponiendo rescatar, lo más rápidamente posible, la mayor fuente de nuestra riqueza, el mayor capital de nuestra patria: es la voluntad de terminar con la inacción a que fueron condenados millones de hombres y mujeres para que sumen su esfuerzo a los otros millones de hombres y mujeres que están trabajando. Es la voluntad de conseguir cuanto antes una mayor igualdad, para que todos los argentinos puedan tener iguales oportunidades de desplegar su esfuerzo creador y contribuir con él al bienestar de todos. Es voluntad de terminar con los que están injustamente relegados porque la sociedad no les ofrece ni les permite lo que debe ofrecerles y permitirles en la Argentina justa y generosa que vamos a construir. Es la voluntad de acabar con la falta de techo y comida, de educación y de salud, que castiga a tantos compatriotas y que nos priva a todos de la contribución que podrían dar a la nación. Es la voluntad de terminar con la discriminación ejercida contra nuestras mujeres argentinas por la subsistencia de costumbres retrógradas.
Ese pueblo unido en el trabajo, en la libertad y en la justicia social que vamos a tener constituirá la valla más formidable que los argentinos levantaremos para impedir nuevas frustraciones.
Sobre esa voluntad nuestro gobierno actuará con toda la energía y la firmeza que el pueblo está esperando para que nunca más los pequeños grupos de privilegiados de adentro ni los grandes intereses de afuera quiebren las instituciones y sometan a la Nación.
Y ahí no habrá ninguna antinomia, porque es falso que las haya, como son falsas las acusaciones que imprudentemente algunos lanzaron.
No habrá radicales ni antirradicales, ni peronistas ni antiperonistas cuando se trate de terminar con los manejos de la patria financiera, con la especulación de un grupo parasitario enriquecido a costa de la miseria de los que producen y trabajan.
No habrá radicales ni antirradicales, ni peronistas ni antiperonistas cuando haya que impedir cualquier loca aventura militar que pretenda dar un nuevo golpe.
Sabemos que, como argentinos, son innumerables quienes aprendieron que detrás de las palabras grandilocuentes con las que se incita a los golpes está, ahora más que nunca, la avidez de unos pocos privilegiados dispuestos a arruinar al país y grandes intereses extranjeros dispuestos a someterlo.
La inmensa mayoría de los argentinos, sin distinciones ni banderas, y el gobierno al frente, terminarán para siempre con cualquier tentativa de recrear la perversa e ilícita asociación de miembros de las cúpulas de las FF.AA., formando un partido militar, para aliarse una vez más con la elite parasitaria de la patria financiera a fin de conquistar y usufructuar el poder en su propio beneficio.
No habrá radicales ni antirradicales, ni peronistas ni antiperonistas sino argentinos unidos para enfrentar el imperialismo en nuestra patria o para apoyar solidariamente a los países hermanos que sufran sus ataques.
La construcción y la defensa de la Argentina la haremos marchando juntos, aceptando en libertad las discrepancias, respetando las diferencias de opinión, admitiendo sin reparos las controversias en el marco de nuestras instituciones, porque así y sólo así podremos lograr la unión que necesitamos para salir adelante.
Una nación es una voluntad viviente y, al igual que los hombres, se templa con las desgracias. Las desgracias que sufrimos nos han templado y ese temple es indispensable para sobrellevar las dificultades que deberemos superar.
¡Y las vamos a superar!
Tenemos el inmenso privilegio, entre los países del mundo, de disponer de un territorio extenso y lleno de posibilidades que esperan ser explotadas. Frente a un pueblo que despliegue con vigor su capacidad de trabajo y vaya construyendo piedra sobre piedra su futuro, impidiendo que nadie, nunca más, venga a destruir lo que vaya haciendo, no hay dificultad que no pueda superarse. Éste es nuestro propósito, ésa es la voluntad en que nos empeñaremos todos los argentinos, ése será nuestro gobierno.
Y el símbolo que coronará nuestros esfuerzos, que expresará mejor que ningún otro la autoridad, la paz, la tolerancia, la continuidad del trabajo fructífero de la Nación, lo veremos dentro de seis años, cuando entreguemos las instituciones intactas, la banda y el bastón de Presidente a quien el pueblo argentino haya elegido libre y voluntariamente.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Declaración de Avellaneda del Movimiento de Intransigencia y Renovación de la Unión Cívica Radical (Argentina)

Avellaneda, 4 de abril de 1945

"Como la doctrina y el pueblo radical están intactos, lo único que debe hacerse es depurar algunos elencos dirigentes y formar de las nuevas generaciones, los líderes capacitados para afrontar los grandes problemas que se presentan al país".
Imperativo general
La magnitud de los problemas que debe afrontar el país y la transformación social que esta sufriendo el mundo, obligan a todos los argentinos a expresar su criterio sobre la forma en que deben encararse las cuestiones de orden interno y externo. Y si ello es un imperativo general, los que suscribimos este documento nos sentimos aún más obligados, ya que somos integrantes de la UNION CIVICA RADICAL, la gran fuerza nacional del civismo argentino.
Los ideales de la argentinidad
Toda la historia del país es el resultado de una lucha de corrientes populares progresistas, movidas por un profundo ideal de superación, contra oligarquías retardatarias de las grandes realizaciones que debían hacer del hombre argentino un hombre verdaderamente libre. Dentro de ese proceso nacional, la UNION CIVICA RADICAL es la expresión histórica tangible, que desde fines del siglo pasado reencarnó los ideales de la argentinidad, que tuvieron su primera y efectiva formulación en la revolución de 1810. La doctrina del radicalismo, pues, no fue fruto de elaboraciones teóricas, sino la resultante de una larga y dolorosa lucha para instaurar una democracia política, económica y social. Todo esto explica por qué el radicalismo no necesita improvisar un programa y una conducta frente a los interrogantes del mundo y del país.
Concepciones generales
La UNION CIVICA RADICAL, que fue la irrupción del pueblo en la escena política de la Nación, de la cual estaba ausente por la imposición de la fuerza y del fraude, trajo reclamaciones concretas que interpretaban las exigencias de la hora, y, lo que es más fundamental, incorporó a la militancia pública una concepción sobre la vida y sobre la política que serviría de guía para el desarrollo futuro de la Nación. Es así que cualesquiera sean las transformaciones a que asista el mundo, esa concepción será la base inconmovible de la cual los argentinos no se podrán apartar soberanía popular como fundamento de las instituciones; Libertad y derechos de la persona como exigencia de toda estructura social y moral; personalidad de la Argentina frente al mundo; y por encima de todo esto, el hombre como un ser que no puede desarrollarse sino en el clima moral de la libertad.
El radicalismo no quedará a la zaga
En esta época de tránsito entre las viejas fórmulas económico-sociales y las nuevas que se modelarán en el futuro, el radicalismo no quedará a la zaga de la profunda revolución que se está operando en el mundo, porque sus hombres están bajo el influjo transformador de la doctrina del partido que no reconoce otros limites que los impuestos por la moral, la razón, la justicia, la libertad y los ideales de la nacionalidad.
Afirmación política
En lo político, afirmamos el régimen republicano, representativo, federal y parlamentario, fundado en el voto secreto universal y obligatorio, con exclusión de toda forma corporativa, que intente sustituir la voluntad nacional que reside en el pueblo. Pero para que este sistema político alcance todas sus posibilidades de desarrollo, debe alentarse el renacimiento de la vida municipal, ya que el municipio está en la base de toda estructura democrática.
Afirmación económica
La economía, en la vida del hombre y de la Nación, no es un fin sino un medio que permite alcanzar los ideales individuales y colectivos; y su importancia en la hora actual, está en relación directa con la necesidad de asegurar las bases materiales para el libre desarrollo de la personalidad del país y de sus habitantes: liberación económica del hombre argentino y de la Nación Argentina. La tierra será para los que la trabajen, individual o cooperativamente, es decir, dejará de ser un medio de renta y especulación para transformarse en un instrumento de trabajo y de beneficio nacional, y la producción agraria será defendida de la acción de los monopolios y de los acaparadores, haciendo que su circulación y comercialización estén a cargo de grandes cooperativas de productores y consumidores con el contralor y participación del Estado.
Nacionalización de todas las fuentes de energía natural de los servicios públicos y de los monopolios extranjeros y nacionales que obstaculicen el progreso económico del país, entregando su manejo a la Nación, a las provincias, a las municipalidades o a cooperativas según los casos. Pero a su vez, a todas las actividades económicas que no estén comprendidas en ese proceso de nacionalización debe asegurárseles una amplia libertad económica, sin trabas artificiales creadas por los poderes públicos, por la especulación o por las grandes concentraciones de capitales. En tal forma se concilian los intereses de la Nación, que es la que debe orientar nuestro desarrollo material, con el principio de la libertad económica, que dentro de un plan para el progreso social argentino, tiene una función creadora que desempeña, mediante la iniciativa privada.
Libertad de inmigración para todo extranjero útil, que venga a radicarse en nuestras tierras: amplio desarrollo industrial, en cuanto el mismo no se funde sobre el bajo nivel de vida de los trabajadores ni perjudique los intereses generales: reforma financiera que libere al trabajo de las gabelas que lo agobian y haga recaer el impuesto en forma progresiva sobre las rentas no ganadas con la labor personal restituyendo a las provincias las atribuciones económicas y financieras que le corresponden dentro de nuestro sistema federal de gobierno.
Política social
En lo social, el radicalismo no reconoce privilegios de clase, de raza, de casta, de religión, ni de fortuna, pero proclama la protección de los derechos que resulten de la capacidad y del trabajo. Frente a la realidad concreta actual, afirma el derecho fundamental a la vida (alimentación, vivienda, vestido, salud, trabajo, cultura); la necesidad de un seguro nacional obligatorio para toda forma de incapacidad, vejez y desocupación: legislación protectora de los trabajadores del campo y de la ciudad y reconocimiento a favor de los mismos, de la libertad de agremiación y de huelga, para que cada sector de la vida Argentina pueda defender su derecho a las mejoras compatibles con las posibilidades del país.
La cultura La cultura debe dejar de ser un privilegio de pocos para convertirse en un derecho de todos. El Estado ofrecerá a través de una enseñanza gratuita y laica en todos sus ciclos, la posibilidad de que hasta el hombre más humilde tenga acceso a una educación integral y a una instrucción técnica, científica y artística. La Universidad sobre la base de la reforma universitaria, debe gozar de plena autonomía espiritual y económica para que pueda cumplir su alta función orientadora.
La soberanía La base de la política internacional argentina es la soberanía política y económica del país, armonizada con nuestra condición de miembro de la comunidad americana y de la comunidad de naciones civilizadas, o sea, según la clásica definición de Hipólito Irigoyen, el gran constructor del radicalismo: «con todos y para el bien de todos».
Pero la soberanía externa carece de significado trascendente sin la vigencia de la plena soberanía popular interna, pues para invocar ante el mundo los derechos del país, se necesita representar la voluntad del pueblo que es la expresión viva de la Nación. Este principio, que tiene validez permanente e inmutable, adquiere el valor de una exigencia perentoria frente a la nueva situación internacional impuesta al país por el poder de hecho, sin una decisión del pueblo ni de sus representantes. Mientras el pueblo no asuma la dirección política de la Nación, por medio de sus mejores valores civiles, ésta no readquirirá la personalidad internacional a que tiene derecho y que ha sido comprometido ante el mundo por la política interna y externa de los gobiernos que ha soportado el país desde 1930. Cuando esto se produzca, la Nación Argentina reafirmará que, ahora y siempre está dispuesta a contribuir a los esfuerzos comunes, para asegurar en el mundo la paz, la libertad y la democracia; y su solidaridad con todos los pueblos que antes, durante y después de esta guerra luchen por esos principios.
Intangibilidad de las libertades
La concepción integral que tiene la UNION CIVICA RADICAL sobre los problemas argentinos, hace que no se reconozca sentido ni trascendencia a ninguna política económica, social, cultural e internacional, si no es sobre la base de la intangibilidad de las libertades individuales, de expresión del pensamiento, de asociación, de reunión, de conciencia y de culto, que deben ser rodeadas de garantías jurídicas tan efectivas que permitan asegurar que se trata de un clima del cual no puede ser privada la persona. Tampoco tiene sentido y trascendencia la adopción de ninguna política económica, social, cultural e internacional si el pueblo no tiene en sus manos los poderes políticos, ya que el programa más constructivo dirigido por oligarcas o dictadores, conduce necesaria y fatalmente a la formación de una burocracia liberticida que ahoga las fuentes del progreso nacional. Por ello, desde 1930, el radicalismo ha contemplado los acontecimientos que se desarrollaron en el país, como estériles esfuerzos de quienes intentan una tarea que no podrán cumplir por carecer del sentido creador de la libertad y de lo popular.
Exigencias inmediatas Hemos hablado de la realización del programa del radicalismo que es el programa de la ciudadanía Argentina. Pero el cumplimiento de cualquier propósito constructivo tiene exigencias inmediatas cuya consideración no se puede eludir. En el orden general, la desaparición de todas las barreras que se oponen a la normalización institucional y al establecimiento de las libertades, para que la ciudadanía pueda expresarse con todo su vigor, sin tutelas y sin diques artificiales: es decir, libertad de los presos políticos y sociales, levantamiento de la clausura de diarios, e inmediata derogación del estado de sitio y de toda disposición que impida el amplio ejercicio de los derechos constitucionales.
Reparación moral y depuración En el orden partidario el problema fundamental es el de estructurar y unificar integralmente el radicalismo, para lo cual basta proclamar su doctrina y convocar a los hombres que por su conducta puedan servirla. Porque si los partidos necesitan ideales y programas de gobierno, también requieren integrantes condignos que representen una garantía para la reparación moral que exige la República. Como la doctrina y el pueblo radical están intactos, lo único que debe hacerse es depurar algunos elencos dirigentes y formar de las nuevas generaciones, los líderes capacitados para afrontar los grandes problemas que se presentan al país.
Esa depuración la hará el partido, sin ingerencias extrañas y con su propia disciplina. Como consecuencia del pensamiento enunciado los radicales que suscribimos este documento, inspirándonos en el bien de la patria.
Afirmamos:
Nuestro propósito de seguir sirviendo los grandes ideales nacionales y humanos de la UNION CIVICA RADICAL, cuya continuidad y unidad histórica es indestructible. Nuestra absoluta intransigencia frente a todo lo que represente la negación de los postulados de libertad y de reparación moral, política, económica, social, cultural e internacional por los que lucha el radicalismo desde que surgió a la vida pública. Nuestra oposición a que la UNION CIVICA RADICAL concierte pactos o acuerdos electorales, ya que en el juego normal de las instituciones el país debe estar gobernado por partidos orgánicos y el radicalismo, como tal, aspira a afrontar por sí la responsabilidad de estructurar una nueva Argentina. Nuestra convicción de que la UNION CIVICA RADICAL no debe participar en gobiernos que no hayan surgido de sus propias filas. Esta es nuestra palabra de argentinos y de radicales. Que cada cual diga la suya y que cada cual, como nosotros, tome su puesto de lucha en el lugar que sus convicciones le señale. Nosotros, como siempre, estamos al pie de la vieja bandera del radicalismo, que continúa siendo una esperanza para todos los argentinos.