viernes, 25 de noviembre de 2016

PABLO CELESTINO LÓPEZ – UCR Córdoba


                Pablo Celestino López, nació en 1873 en Calamuchita, provincia de Córdoba. Contrajo matrimonio con Demofila Rodríguez en 1901 en la ciudad de Córdoba. Su ocupación fue la de procurador y su oficina se hallaba en la calle Jujuy 64. Su residencia estaba ubicada en la calle Deán Funes 485.

                La Unión Cívica Radical de Córdoba desde su nacimiento, estuvo muy ligada a la iglesia católica, al menos a un sector de ella, muchos de los católicos militantes de aquella época fueron también fundadores y engrosaron las filas del radicalismo cordobés en sus primeros años. Pablo Celestino López no escapa a este caso, ya que desde joven fue un ferviente y activo militante católico. Se asoció al Círculo Obrero Católico (COC) por intermedio de Ramón Sánchez cuando tenía 33 años (1898); por entonces trabajaba como “empleado” y se domiciliaba en Santa Rosa 226. Su actividad en la institución fue sumamente trascendente y estuvo asociado a la misma durante toda su vida. Siempre estuvo presente ocupando diversos cargos. En el Circulo Obrero Católico (COC), en la etapa 1897-1912 se desempeñó en funciones de mayor responsabilidad que las de vocal, lo mismo sucedió entre 1913 y 1921. En la fase siguiente, 1922-1930 y 1932-33 lo observamos en cargos similares. Además, fue presidente interino por unos meses en 1922, entre la renuncia de Ignacio M. Garzón y la elección de Germán L. Echenique.

                Según Ricardo Caballero, Pablo C. López pertenecía a viejas familias del federalismo de Córdoba, que habían tenido trascendental actuación en los eventos de la época.

                Hacia 1890 se había embanderado con la Unión Cívica y luego militó desde el mismo nacimiento de la Unión Cívica Radical, convencido que el nobel partido simbolizaba los más puros y claros ideales de ética, moral, libertad y justicia, y que eran principios básicos y fundamentales junto a la libertad de sufragio y respeto a las instituciones que necesitaba la Nación Argentina para encarar el nuevo siglo como una Nación emergente; siempre se mantuvo como un confeso admirador de Leandro Alem  y de Pedro C. Molina a quien en la militancia radical en córdoba lo siguió y apoyó durante aquellos primeros años en donde Molina se destacaba como un dirigente de primera línea dentro del radicalismo cordobés.

                Tuvo participación activa en las revoluciones radicales de 1890 y 1893, pero en la Revolución de 1905 tuvo una actuación importante y destacada en Córdoba donde se produjeron alguno de los enfrentamientos más fuertes entre las tropas que defendían el Gobierno Nacional y los Revolucionarios radicales.

                Al año siguiente fue miembro de la Comisión de Propaganda del Comité Central de la Provincia y Vicepresidente primero del Comité de la Juventud. Al crearse el comité Radical en la localidad de Ballesteros por influencia proveniente de la provincia de Santa Fe, Pablo C. López estuvo presente en dicho acontecimiento. Cuando se desató la polémica entre Pedro C. Molina e Hipólito Yrigoyen en 1909, López permaneció alineado con este último.

                En 1912 fue designado delegado por el departamento Cruz del Eje a la Convención Provincial y Elector de Gobernador por el departamento Santa María. Desde 1914 ejerció un cargo en el Comité Central de la Provincia y continuaba en el mismo cuando este destituyó a la Junta Locista en 1916. En este mismo año tuvo a su cargo la función de Elector de Presidente. Finalmente, se adhirió al Radicalismo Rojo cuando se produjo el quiebre del partido en Córdoba en 1916, negando explícitamente que esta fracción fuera anticatólica. En 1918, como consecuencia de esta división y de la postura que adoptó Hipólito Yrigoyen en favor de la unidad entre radicales azules y rojos, López le escribió una carta abierta al Presidente de la República que dice así:

                “Excelentísimo Sr.: con inmensa complacencia he presenciado el estrepitoso y merecido derrumbe de esta situación provincial apoyada por V.E., creyéndola baluarte inexpugnable de su gobierno y que había llegado ya “a la culminación de sus patéticas miserabilidades”; no obstante haber contribuido a su exaltación con todos mis entusiasmos y mis energías, en la memorable campaña electoral de 1915, como contribuí a la de V.E. en 1916. Y he dicho “con inmensa complacencia” porque este hecho a la vez que elocuente, es sintomático de la capacidad que ha adquirido el pueblo para reivindicar su augusta soberanía cuando por un lamentable error, la había delegado en quienes no supieron colocarse a la altura del supremo mandato conferido en hora histórica de la vida de nuestra incipiente democracia. Este inesperado veredicto popular que habrá contrariado sobre manera a V.E., es el merecido resultado del indecoro insuperable de este gobierno; de los imperdonables desaciertos del Comité Nacional del Partido, que solo tuvo en cuenta el número, prescindiendo de la calidad y de la tradición de los hombres, para orientar su política utilitarista, subalterna y servil y de la desquiciada intervención del Ministro Salinas a la casa solariega de las ciencias (la Universidad de San Carlos), llevando por delante respetables tradiciones seculares, de esas que constituyen el orgullo y los mejores blasones de los pueblos civilizados y cultos. En medio de este irreparable y colosal desastre del falso radicalismo que levantó la bandera de la venalidad y de la impudicia políticas, que siempre combatió la UCR de verdad y en torno de la cual agrupáronse los rumbeadores y los exitistas de todas las épocas, a quienes solo inspiran ideales que no están más arriba de sus estómagos, flamea incontaminada la vieja enseña del Parque, sostenida por los que jamás quebraron sus altiveces, ni renegaron de su credo ni comerciaron indignamente con su conciencia ciudadana y bajo sus amplios pliegues han de venir a cobijarse todos los sinceros y buenos que saben de patriotismo y de ideales generosos. V.E. debe tomar buena nota de este ruidoso y trascendental suceso, pues que él podría repetirse en el orden nacional, desde que se ha demostrado que si son posibles las asunciones plebiscitarias, también lo son los descensos en igual forma, porque el pueblo consciente tiene en sus manos resortes formidables para imponer su voluntad soberana. Hoy no prosperan las absurdas proposiciones de los que mandan!”

                Esta carta demuestra con claridad la posición del “rojismo” en 1916 con respecto a los integrantes del partido que siempre habían cuestionado. Pablo fue Diputado electo por la Capital cordobesa, representando precisamente a esa tendencia en marzo de 1917, 1918, 1919 junto con Julio Villalba y Pablo Martínez.

                Como varios integrantes del radicalismo rojo se pasará en la década del veinte a la UCR Impersonalista (como se decía en Córdoba) y como tal integrará la lista de candidatos a Diputados provinciales para las elecciones de 1925 y 1928.

                Se trataba de un dirigente de “convicción sincera” que luchó con desprendimiento y no persiguió otro objetivo que la institucionalización de su patria”. En 1920 renunció al Radicalismo Rojo, “luego de una larga y serena reflexión…que han llevado a mi espíritu el más profundo convencimiento de que se ha desvirtuado la esencia misma de aquel austero radicalismo, de ética inmutable predicado por los viejos apóstoles de la Causa, al cual yo he rendido ferviente culto…desde el estallido revolucionario del 26 de julio de 1890 (y 1905)… consagrándoles todas mis energías…que los llevaron al gobierno de la provincia primero y al de la República después”. Luego agregaba “Al volver al silencio de mi modesta vida ciudadana, después de tres lustros de lucha continuada por el triunfo de un noble ideal, sin haberlo conseguido en la plenitud soñada y de donde saldré cuando me lo exijan intereses muy superiores o cuando entienda que es factible el resurgimiento del Radicalismo tradicional, no llevo mezquinos rencores hacia nadie, sino por el contrario, el más grato recuerdo de los viejos camaradas con quienes he compartido las horas azarosas de crueles incertidumbres y de profundos desalientos, experimentados en la empeñosa y larga brega cívica para realizar la obra que el Dr. Leandro N. Alem encomendara a las generaciones del porvenir en su histórico testamento político, así como las de los grandes entusiasmos y de los sonados triunfos celebrados por el país entero porque Córdoba ha sido siempre la brújula orientadora al radicalismo Nacional”.



Pablo Eduardo Vázquez

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